LOS
TESOROS DE LOS MORISCOS
TRAS EL MITO DE LA 'ORZA' DE ORO
Los tesoros de moros, moriscos, judíos y piratas permanecen
ocultos en montañas, cuevas, sótanos y murallas de Granada
Leyendas e historias de grandes riquezas abandonadas tras la
conquista de Granada y la guerra de las Alpujarras
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Morayma, la esposa de Boabdil, escondió sus más preciadas
pertenencias en los alrededores del castillo de Mondújar. Poco
antes su suegro, Muley Hacén, mandó buscar tres diamantes negros
escondidos por Alhamar, en grutas de las altas cumbres de Sierra
Nevada, mientras Aixa, su esposa despechada, dejó su ajuar en los
muros del castillo de Salobreña, y años más tarde, con la
expulsión de los moriscos y judíos, los cerros de Granada, la
Alpujarra y tierras del noreste y del poniente, se llenaron de
recónditos escondrijos en los que ocultaron orzas repletas de
monedas de oro y piedras preciosas que aún esperan a ser
recuperadas cuando, algún día, las familias vuelvan de su
destierro centenario.
La noticia de la muerte de un joven pastor de procedencia marroquí
en una finca de Zamora mientras buscaba un tesoro escondido desde
hace siglos, no resulta extraña en tierras del Reino de Granada,
donde se encuentran los orígenes de muchos de los supuestos
tesoros escondidos por los moriscos o mudéjares que tras la
conquista de la capital nazarí se vieron obligados a marchar a
tierras castellanas, y después a huir de ellas tras las órdenes de
expulsión, por lo que ocultaron las riquezas que les quedaban, en
muchos casos procedentes de legados familiares, donde pudieron,
unos en tierras de Granada, antes del destierro, y otros en los
lugares donde fueron llevados como esclavos. Documentos de
ayuntamientos y tribunales narran numerosos casos de personas que
fueron descubiertas enterrando sus riquezas, y otras que, tras
asentarse en sus nuevas tierras y antes de que se decretase la
expulsión, pidieron a las autoridades permiso para desplazarse a
los lugares donde habían dejado ‘a buen recaudo’ sus más preciadas
posesiones, como recoge el historiador Barrios Aguilera en un
trabajo sobre ‘Tesoros moriscos y picaresca’, que narra el caso de
Luis Gostín, un vecino de Zaragoza que en 1580 «pide licencia al
rey para recuperar los ocho o nueve mil ducados que dejaron
escondidos al salir del Reino de Granada».
Entre el Darro y la Alhambra
La capital granadina es fuente de la mayoría de las leyendas sobre
tesoros escondidos y pasadizos que conducen hacia grandes
yacimientos auríferos. La colina de la Alhambra, la Sabika, y el
Cerro del Sol, han sido siempre objeto de seguimiento por parte de
‘tesoreros’ (profesionales que aunque en el argot de los
arqueólogos se trata de personas que buscan piezas arqueológicas,
en realidad su objetivo primordial fue siempre la búsqueda de oro,
monedas y piedras preciosas). Desde poco después de la Toma de
Granada, algunos puntos de las laderas de Valparaíso, las más
cercanas a la ciudad y la actual Abadía, fueron materialmente
agujereadas para buscar las ‘ollas de oro’ escondidas por nazaríes
adinerados antes de la llegada de las tropas castellanas. En el
Barranco de los Negros, en el Sacromonte, las leyendas cuentan que
numerosas personas de raza negra, esclavos liberados tras la
conquista de la ciudad, horadaron gran parte del barranco en busca
de los cofres y orzas escondidas por sus antiguos amos antes de la
caída de Granada.
La búsqueda de la vasija que contiene riquezas nunca vistas, o la
‘orza del moro’, se convirtió en una tradición que llegó a pasar
de padres a hijos, aunque la realidad es que a lo largo de la
historia nadie ha reconocido haber encontrado las ansiadas
riquezas, pero el acervo popular habla de familias de ‘tesoreros’
que desaparecieron de la ciudad y nunca más se supo de ellas.
Las gentes del Albaicín y el Darro cuentan aún la leyenda de la
pareja de enamorados que fueron conducidos por un carnero de
cuernos de oro hacia un tesoro escondido en la calle del Carnero,
y en la Alhambra, el escritor José Gómez Muñoz, cuenta en su libro
de relatos ‘Desde la Alhambra. Ventana a la eternidad’, la leyenda
de tres hermanos, dos hombres y una mujer, a los que un mago les
desveló el camino y el hechizo para acceder a la cámara del tesoro
de la Alhambra, situada en lo más profundo de la colina roja.
Lograron penetrar en la fortaleza y tras pronunciar el conjuro,
contemplar tres grandes cofres de metal abiertos en los que se
guardaban incontables monedas, joyas, metales y piedras preciosas.
Los hermanos lograron salir de la Alhambra y nadie les volvió a
ver, aunque dicen que bajo la luz de la luna se les vio caminar
Darro arriba, hacia las cumbres.
Pero el ansiado tesoro de la Alhambra está por descubrir. La
verdadera riqueza de los reyes nazaríes que muchos intentaron
buscar en tierras de Guadix, tras las guerras entre el Rey Chico y
su padre y hermano, Muley Hacén y el Zagal, o en Laujar de
Andarax, en la Alpujarra almeriense, la última morada de Boabdil
antes de partir hacia Fez, nunca fue encontrada, porque la leyenda
va más allá de los cofres de oro, e indica que el verdadero tesoro
alhambreño está en el subsuelo, y que la ciudad palatina de los
nazaríes está construida sobre una gran mina de oro. Una idea que
no se puede considerar descabellada, ya que la colina forma parte
del conjunto geológico que hacia el sureste forma los
conglomerados Alhambra y en el que hace más de 2.000 años, los
romanos ya extraían oro que enviaban a Roma. Minas recuperadas por
los árabes, y que los franceses reabrieron en el siglo XIX. Es el
lugar donde existen numerosas cuevas y oquedades producto del
trabajo de ‘tesoreros’ de todos los tiempos.
De Alhama a la Alpujarra
Las ciudades y villas que forman parte de la historia del Reino de
Granada son los territorios favoritos de quienes se dedican a la
búsqueda del tesoro. En Alhama, en el siglo XVIII, se produjo uno
de los pocos hallazgos reales de lo que se puede considerar como
una gran ‘orza de oro’: alrededor de 500 monedas árabes
encontradas en un campo cercano a la población, que posteriormente
fueron adquiridas por el Museo Arqueológico Nacional. El
descubrimiento despertó el espíritu aventurero de numerosas
personas que ‘peinaron’ campos y sierras con la esperanza de
hacerse con las preciadas doblas nazaríes.
El éxodo nazarí hacia la Alpujarra convierte los caminos
transitados por la realeza granadina y posteriormente por los
moriscos que huyeron de Granada, en terreno abonado para la
especulación y la leyenda. Desde el Valle de Lecrín hasta Berja y
Adra, cada hacienda y cortijo que fuese construido en las laderas
de Sierra Nevada, Lújar y la Contraviesa en ‘tiempos de moros’,
parece tener su ‘orza de oro’.
En el Valle aún se alzan los muros del castillo de Mondújar, el
lugar donde Muley Hacén se retiró junto a su esposa Zoraya (Inés
de Solís) hasta que murió y desde donde se supone que su cadáver
fue llevado a la cumbre más alta de la sierra. Es el centro de
atención de quienes durante siglos buscaron el tesoro de los reyes
nazaríes y en particular el de la sultana Morayma, la esposa de
Boabdil, que en su viaje hacia el destierro depositó su ajuar más
preciado en las inmediaciones del castillo. El historiador
argelino, Muhammad al-Maqqari, contaba en los primeros años del
siglo XVII, que el tesoro de Morayma poseía «toda suerte de
preciosos rubíes, perlas de gran tamaño, zomordas singularísimas,
turquesas de gran valor, numerosas adargas preservativas, equipos
militares defensivos, instrumentos primorosos, utensilios
peregrinos, collares de perlas en pedazos, sartales de aljófares
para los cabellos...» y un sinfín de joyas y piedras preciosas.
Ese particular ajuar fue buscado en vano por ‘tesoreros’ de todas
las épocas, junto a este castillo, donde se dice que Boabdil
enterró los cuerpos de sus antecesores tras exhumarlos de la Rauda
Real de la Alhambra antes de perder la capital del Reino. Los
restos de estos reyes nazaríes, que nunca han sido encontrados,
podrían ‘descansar’ bajo el asfalto de la antigua N-323, la
‘Carretera de la Costa’, debajo de las atalayas del castillo de
Mondújar.
La guerra de los moriscos
En la Alpujarra, la rebelión de los moriscos, provocó la gran
guerra que diezmó pueblos y tierras, y el lugar desde donde
salieron miles de personas exiladas y esclavizadas hacia el
interior peninsular. Sus riquezas quedaron atrás, entre ellas las
de su rey, Abén Humeya, del que se dice que escondió su espada
junto a una parte de sus riquezas, en el castillo de Lanjarón, que
consideraba inexpugnable, un alfanje al que las leyendas
alpujarreñas consideran la espada del Profeta
«Dice la leyenda y cuentan en la Alpujarra que hay tesoros en
muchos lugares», narraba Rafael Vílchez, cronista de estas
tierras, en un reportaje publicado en IDEAL en 2009, donde
mostraba algunos de los casos de ‘olla de oro y tesoros’ que los
alpujarreños cuentan a sus hijos. Aseguran que hay un tesoro en el
Barrio Hondillo de Lanjarón, que podría estar relacionado con el
que esconden las rocas de los tajos del castillo. Hay otro en
Juviles, que fue la capital de los moriscos sublevados. Estaría
bajo los restos del que fue fuerte de Abén Aboo, lugarteniente y
sucesor de Abén Humeya, y en el Poqueira, posiblemente en las
proximidades del tajo del Diablo en Capileira. En el camino de
Cojáyar hacia Turón, parece ser que aparecieron monedas y joyas.
«Y cuentan historias de Mecina Bombarón, de Montenegro y Mecina
Alfahar».
La Contraviesa y la sierra
Los ‘tesoreros’ han tenido mucho trabajo en las tierras que desde
la Alpujarra bajan hacia el mar y se unen con la Contraviesa,
riquezas ocultas en Ugíjar, Nevada y los pueblos de Albondón y
Albuñol, donde junto al mar, en la rambla de Huarea, un castillo
ya inexistente guardaba un tesoro que ha quedado sepultado bajo
las arenas del delta y que muchos intentaron encontrar sin éxito a
mediados del siglo XX.
No solo fueron los nazaríes y moriscos quienes guardaron sus
más preciadas pertenencias en tierras del Reino de Granada.
Durante los siglos XVII y XVIII, las playas y calas costeras más
protegidas de los vientos, fueron refugio de piratas que ocultaban
el fruto de sus asaltos en lugares de difícil acceso como los
cerros de Lújar y los acantilados situados entre La Rábita y
Motril, o incluso las inmediaciones de Almuñécar, en la playa del
Tesorillo, donde cuentan que un mendigo encontró el preciado
tesoro de los moros en una cueva cercana.
Las cumbres de Sierra Nevada también tienen sus ‘ollas de oro’ y
piedras preciosas, como los tres diamantes negros que había
escondido Alhamar y que Muley Hacén intentó recuperar enviando a
sus hijos a que lo buscaran en las cercanías de la cumbre a la que
dio nombre . O las riquezas de Beni-al-Kazar, que se ocultan bajo
las arenas dolomíticas del cerro del Tesoro, entre Las víboras y
el Trevenque.
El profesor Villar Raso, tras viajar a la Curva del Níger, desveló
que los descendientes de los andalusíes que huyeron de Granada,
guardan aún las llaves de las casas que habitaron sus antepasados
hace casi un milenio. Aún cuentan historias de riquezas escondidas
bajo los olivares del Monte Sacro y junto a las acequias de la
Alpujarra.
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Torre de Melicena
Una serie de reportajes para mostrar la riqueza natural
que nos rodea, sus ecosistemas y a sus singulares
habitantes.
Granada y las tierras del sureste de Andalucía poseen la
mayor diversidad biológica de Europa, parajes únicos para
vivir en tiempos de estío