PAISAJES Y BIODIVERSIDAD
LA DEHESA DE LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS
El barranco de San Jerónimo alberga ecosistemas puente con la alta
montaña, riberas, robledales y es reducto de los últimos felinos
salvajes
El río Monachil alimenta parajes donde los botánicos del XIX
descubrieron Sierra Nevada
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Llegaron a pie y ayudados por arrieros y sus recuas de mulos y
acémilas que en las alforjas llevaban los elementos necesarios
para recolectar, catalogar y herborizar las especies de flora que
pudiesen caracterizar un territorio que permanecía casi
desconocido para la Ciencia. Eran botánicos y naturalistas que
desde el centro de Europa viajaron hasta Granada interesados por
los tesoros botánicos y faunísticos de la alta montaña más
meridional del continente. En 1837, el suizo Edmund Boissier abrió
el camino hacia Sierra Nevada, que compartirían el entomólogo
Rambur y el botánico y naturalista Willkomm y un grupo numeroso de
viajeros atraídos por los hallazgos e historias de los científicos
del romanticismo, que hablaron de Sierra Nevada como un paraíso
natural donde los ríos nacen del deshielo de nieves perpetuas y
especies desconocidas pueblan las laderas de los barrancos y los
pastizales glaciares de las altas cumbres.

RIBERA DEL RÍO MONACHIL
En la dehesa de San Jerónimo, las suaves laderas de la solana de
los valles altos del río Monachil, mostraron las primeras
maravillas naturales a un botánico ávido de descubrimientos que
decidió pasar sus primeras jornadas en el cortijo de la dehesa
donde sus guías le alojaron, un espacio donde Boissier cuenta sus
ascensiones casi diarias hasta el Dornajo para contemplar Granada
y sus descensos al cauce del río Monachil, que califica como de
vegetación frondosa, favorecida por la humedad y el calor, donde
se puede admirar, en los arroyos, bellísimas y exclusivas flores,
en un río siempre vadeable que a veces corre entre rocas, otras
sobre arenas y en algunos puntos entre rocas verticales. Un
territorio que el botánico que nominó una parte importante del
actual catálogo florístico de Andalucía y Sierra Nevada, calificó
como «muy rico en plantas raras, situado más o menos al límite de
la región alpina» donde las especies de zonas inferiores suben
entre las paredes resguardadas de las inclemencias del tiempo y
las de espacios altos se extienden hacia cotas más bajas en busca
de mayor bonanza.
Recorrer los caminos que desde las Víboras y el cruce de los
Neveros bajan hacia San Jerónimo para encontrarse con el cauce del
Monachil, es rememorar las sensaciones de los descubridores de la
biodiversidad de Sierra Nevada y observar parte de lo que ellos
contemplaron hace casi dos siglos. Es recorrer un territorio a
caballo entre la media y la alta montaña, donde el sol genera una
rica dehesa en la zona de insolación y los robles melojos pueblan
las laderas de las umbrías, espacios protegidos por el Parque
Nacional. Es el camino de descenso hacia los cerros y arenales
dolomíticos del Trevenque y uno de los accesos tradicionales de
los primeros visitantes de la sierra.
Aunque el camino tradicional y el seguido por los naturalistas del
XIX hacia la dehesa y umbrías del Monachil alto es a través de las
sendas que salvan los tajos de los Cahorros, o las que llegan
desde los aledaños del Trevenque, la carretera de la Sierra y la
pista de San Jerónimo, que parte desde las proximidades del
Centro de Visitantes del Dornajo, es la forma más cómoda y
práctica de adentrarse en los ecosistemas que forman este espacio
clave en la historia y la investigación científica en Sierra
Nevada.

Trazado
Tras algo más de seis kilómetros de carril en descenso, se llega
hasta el cauce del río Monachil , un camino que a menos de 20
minutos de andar desde su inicio se cruza con el sendero de los
Neveros, la vía pecuaria utilizada por los arrieros para bajar la
nieve desde los ventisqueros a la ciudad. Es un ecosistema de
monte bajo, adehesado, que se adentra en territorios calcáreos,
los últimos de la orla caliza de la sierra que unos metros más
arriba, en el Dornajo y Sabinar, se fusionan y dejan paso a la
cubierta silicia de pizarras de las altas cumbres. Pinares
autóctonos con mezcla de repoblación, encinares y matorral
mediterráneo, muestran los valores botánicos de la sierra media,
un camino jalonado de retamas, jarales y juníperos, donde se dan
cita la mayoría de las especies de aves forestales y rapaces
como las calzadas, donde es posible contemplar el vuelo de las
impresionantes águilas reales.
El cortijo de ‘San Gerónimo’ (que con G lo escribieron los
botánicos románticos) se encuentra junto al convento del mismo
nombre que regentan desde hace décadas las monjas Adoratrices.
Está al final del camino que desde el carril parte hacia la
izquierda y a la derecha continúa el descenso hacia el cauce del
Monachil, pero antes conecta con el ascenso hacia El Purche y la
central de Diechar. Al fondo, una valla para evitar el paso de
coches y ganado (semi destruida por las lluvias y avenidas del río
de este año) accede al cauce del Monachil cuyas aguas discurren
sobre el camino que se divide en dos, uno de ascenso hacia las
cumbres de Sierra Nevada por las umbrías y otro hacia la finca de
la Dehesilla, Adquirida hace unos años por el organismo Parques
Nacionales y que continúa, tras una verja cerrada, hacia los
territorios dolomíticos de la Cortijuela.
Deshielo
El cauce del Moanchil deja correr el agua que nació en las
turberas de Borreguiles y baja junto a Pradollano hasta los
cortados y profundos valles descritos por Boissier y Willkomm que
en las umbrías, por las veredas que ascienden desde el río frente
al cortijo que les sirvió de hospedería, realizaron algunos de sus
descubrimientos más significativos, como una especie en peligro
crítico de extinción,
Laserpitium longiradium, el
laserpicio de Sierra Nevada, que crece en los bordes de bosque
junto a riberas. Solo queda una población en una superficie de
alrededor de un kilómetro cuadrado, con menos de 600 individuos.
Esta planta marca las lindes de los bosques caducifolios de
encinas y
Acer opalus subsp granatense, con guillomos,
madreselvas y peonías, una riqueza vegetal que se complementa, en
las zonas altas, donde se aprecian las primeras afloraciones
silicias con un denso bosque de roble melojo muy bien conservado.
El río discurre entre una tupida ribera de sauces, mimbres,
fresnos y álamo blanco, y crea un refugio para especies de fauna
en peligro de extinción. Es territorio de gatos monteses, uno de
los pocos espacios donde aún sobrevive este felino considerado
como la última pantera de Sierra Nevada, acompañado de jinetas,
hurones y tejones que habitan las umbrías y tajos inaccesibles
junto a las riberas. Fue hábitat ancestral de grandes
depredadores, una tierra que espera volver a oír el aullido de los
lobos, el sonido que cada noche en el cortijo de ‘San Gerónimo’
sobresaltaba al botánico Willkomm: «
Poco a poco me acostumbre
al aullido de los lobos y ya ni me daba cuenta». Caminar por
las sendas de la dehesa, el valle y las umbrías, es comprender el
ineludible influjo de Sierra Nevada.
VÍDEOS *
FOTOTRAMPEO EN LA DEHESA DE SAN JERÓNIMO * SEGUIMIENTO DE
FAUNA
VÍDEO: MERCHE S. CALLE
Y J. E. GÓMEZ