PAISAJES, RUTAS Y PARAJES * SALOBREÑA
* SENDERO DEL CASTILLO * GAMBULLÓN
LA ISLA DE SELAMBINA
Los senderos de la costa ascienden al castillo de Salobreña,
ubicado sobre un prehistórico islote en el centro de una bahía
Un atípico ecosistema rupícola corona el delta del Guadalfeo,
aparentemente inmutable ante el feroz acoso urbanístico
TEXTO Y FOTOS: JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE / WASTE
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El viento de levante genera inmensas
olas de color verde que tapizan las tierras que se extienden
entre los roquedos y el mar. Son tupidas hojas de cañadú, de
cañas de azúcar, descendientes de aquellas que desde Oriente,
hace más de un milenio, colonizaron los fértiles sedimentos que
el río Grande arrastra desde las montañas hacia Alborán y que
rodean el gran cerro en cuya cima se asienta un castillo que fue
prisión de sultanes nazaríes y residencia de Aixa, la esposa
repudiada de Muley Hacen, abrigo y defensa de la ancestral
población de Salobreña, de casas aferradas a la ladera. Ya solo
quedan vestigios de aquellas grandes extensiones de caña dulce,
de cuyos ancestros se poblaron las plantaciones de Cuba y
Latinoamérica y que se mantuvieron sobre las costas del delta
del Guadalfeo hasta la primera mitad del siglo XX, empujadas
hasta muerte por el avance del desarrollo turístico,
económicamente rentable, y medioambientalmente insostenible.
Ocupaban un territorio singular, donde aún se mantienen
acuíferos subterráneos que afloran en forma de humedales,
manantiales que brotan de las rocas del cerro, y en el que a
duras penas sobreviven ecosistemas rupícolas en los que crece
flora especializada en roca, escasez de nutrientes, viento y
sal; sobre el que vuelan pequeñas rapaces y es posible observar,
en ocasiones, el paso de águilas pescadoras.
El sendero del Gambullón asciende
desde la playa hacia el castillo nazarí
(...)
Para conocer y comprender la evolución
biogeológica y geográfica de la línea litoral granadina, hay que
dejarse llevar por las corrientes de poniente en el mar, y los
senderos y veredas que, semiocultos entre las urbanizaciones,
acceden a los puntos clave de su paisaje y su historia. Desde
los acantilados de la Caleta, en dirección este, las viejas
factorías de molturación de la caña de azúcar y su conversión en
alcohol y licores de tradición ultramarina, dan paso a la vega
de Salobreña, un paisaje cambiante en la medida del tiempo
geológico, que en tiempos del Calcolítico, una época a caballo
entre el Neolítico y la Edad de Cobre, hace solo 4.000 años, era
una gran bahía sobre la que afloraba una alta y escarpada isla
emergida del mar de Alborán. Los fenicios, un milenio antes de
Cristo, la llamaron bahía de Selambina y la isla sobre la que
comenzaron a levantar sus poblados ya era una pequeña península
enlazada con las tierras de la bahía por un pequeño itsmo, un
brazo de tierra, de sedimentos arrastrados por el Guadalfeo, y
que crecería poco a poco hasta llenar el delta y modelar el
paisaje actual.
El sendero que desde la Caleta se adentra en las vegas se topa
con los tajos del Gambullón, la cara oeste del cerro sobre el
que se sustenta el castillo y mira hacia Alborán, donde su
hermano menor, el peñón, aún se mantiene rodeado por el mar,
excepto en su conexión con las tierras de la vega convertidas en
aparcamientos y restaurantes.
La antigua vereda de acceso al
castillo nazarí fue convertida hace unos años en un sendero
habilitado para conectar el paseo de la fortaleza con la vega y
el peñón y que parte junto al manantial del mismo nombre de los
tajos y el sendero. El abandono y dejadez lo han deteriorado
hasta tal punto que hay que recorrerlo con un cuidado extremo, y
en ocasiones, saltándose escalones destrozados. Pero este
camino, dotado de miradores, es un recorrido entre las esencias
del ecosistema del cerro de la Shalubinya árabe, donde crecen
helechos conocidos como doradilla vellosa y sédum, además de
salsolas y atriplex, acostumbradas a ambientes salinos, y que
forman parte de lo que se conoce como matorrales halonitrófilos,
y que cohabitan con multitud de plantas introducidas a través de
los siglos, como los granados, higueras, adelfas, pitas y
chumberas. La vegetación termófila mediterránea se sucede entre
las grietas, con candilillos, rubias silvestres y palmitos.
Mientras el sendero asciende hacia las murallas del castillo, es
posible imaginar el camino cuando aún era una estrecha vereda
para caballerías, y visualizar el recorrido realizado por
Al-Ibrisi, un geógrafo del siglo XII que documentó su viaje
entre Málaga y Granada a través de la costa, incluida la bahía
de Salobreña y el castillo que se levantaba sobre el peñón
de la Cora de Elvira. Ahora, al mirar al mar desde la senda, se
observa el azul de Alborán delimitado a la izquierda por las
rocas de los tajos y a la derecha, los acantilados que discurren
hacia Almuñécar. Al frente, bajo el serpenteante sendero, se
extiende la antigua Vega, donde el delta ha cambiado cañas de
azúcar por espacios lagunares y aflora entre las tierras
verdeadas con juncales y carrizos. Una franja verde que pronto
dejará paso a una gran urbanización con instalaciones hoteleras.
Arriba, en la cumbre, las murallas almenadas, protegen el
interior de una fortaleza utilizada durante el Reino de Granada
como presidio para olvidar y asesinar a posibles enemigos de
sucesivos sultanes, incluso a algunos que más tarde ocuparon el
trono.
El castillo, recuperado para el turismo, es el centro de
atención de un territorio en el que todavía habitan poblaciones
de numerosas especies de aves acuáticas y de humedal, ruiseñores
de pecho azul, un pequeño pájaro al que llaman la reina mora
porque aparecía en las mismas épocas en las que la sultana Aixa
acudía a la fortaleza a pasar el estío. Entre carrizos y
cañaverales es posible observar bandadas de bengalíes rojos, una
especie de ave originaria de Asia que llegó al delta de Motril y
Salobreña después de escaparse de un barco atracado en el puerto
de Motril que los transportaba hacia América.
A levante del cerro el desarrollo inmobiliario ocupa el delta
del Gaudalfeo, que ya no recibe el aporte de sedimentos que sus
aguas deberían arrastrar desde la Alpujarra y el Valle de
Lecrín, por lo que el mar recuperará un territorio que le
pertenecía y, en tiempo geológico, volverá a convertir el cerro
en una isla.
MAPA DE RUTA
BIODIVERSIDAD
Plantas que pueden encontrarse en el
peñón y sus alrededores (pincha los enlaces para ir a fichas de
las especies):