PAISAJES, RUTAS Y PARAJES * ALHAMBRA *
DE LA RAUDA REAL A MONDÚJAR
LA RUTA DE LOS SULTANES MUERTOS
Viajaron desde la Rauda Real a un desconocido destino más allá de
la Alhambra, donde dejaron sus tumbas
En 1492, Boabdil, exhumó los restos de sus antepasados y los llevó
con él hasta los cerros de Mondújar, a un ‘valle de los reyes’ aún
por descubrir
De noche salieron del cementerio real para atravesar el Genil
ocultos a los ojos de la ciudad
De Granada a La Zubia, Alhendín, Gójar, El Manar, Padul, Dúrcal,
el río Torrente y Mondújar, el castillo de Zorayda
TEXTO Y FOTOS: JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE / WASTE
Magazine
El sonido de los cascos de una larga recua de acémilas, mulos y
asnos, se alza sobre el silbido del viento que desde las laderas
de Sierra Nevada baja hacia la gran rambla formada por la
confluencia de las aguas del Darro y el Genil, a las puertas de la
capital del Reino de Granada, del hogar de la Casa de Nasri, de
los nazaríes, que durante tres siglos dirigieron los designios del
sureste de Iberia. Caminan despacio, cargados con extraños y
preciados fardos envueltos en cajas y telas blancas desde los que
emana un agridulce aroma de muerte. Forman parte de una larga
comitiva que se aleja de la ciudad, a escondidas, en silencio para
no llamar la atención de sus habitantes sobre la preciada carga
que transportan, para no desvelar que sobre las caballerías viajan
los cadáveres de los sultanes de la Alhambra, sus esposas,
concubinas, hijas e hijos muertos, algunos asesinados con las
cabezas separadas de sus troncos, pero todos ellos miembros de la
última estirpe que reinaría en Granada. Al frente del triste
cortejo, un hombre viaja a caballo tras acometer uno de sus más
duros designios. Boabdil, el último rey nazarí, ha exhumado los
cuerpos de sus antepasados, ha vaciado las tumbas de la Rauda Real
de la Alhambra, a extramuros de los Leones, a las puertas del
Partal, para que los cadáveres de los reyes no puedan ser
profanados y darles una nueva tierra sagrada más allá de las
murallas rojas de la Sabika. Vivos y muertos recorren la senda del
exilio, el camino que pocos días después el rey Chico volverá a
andar, esta vez sin retorno. (...)
Restos de las columnas sobre las
que se asentaba una pequeña Qubba, eje central del cementerio de
los sultanes en la Alhambra, a espaldas del patio de los Leones.
FOTOGALERIA
(...) “Hay un silencio hondo y misterioso, aquí en la Rauda real,
el macaber dinástico de la Alhambra, un silencio que solo puede
entenderse por la cercanía de los cipreses”. Es la frase que el
escritor Antonio Enrique, en su libro ‘Boabdil, el príncipe del
día y la noche’, utiliza para mostrar la sensación que envuelve a
quienes abren, una a una, a golpe de azada, las tumbas de la vieja
Rauda, bajo la triste mirada del sultán. “Él, El hombre que mira,
es el último de estos reyes. Lo sabe, sabe que con él termina la
dinastía, y por eso está haciendo lo que hace: desenterrarlos,
para llevárselos consigo… Todos tienen la cabeza al mediodía,
ligeramente vuelta hacia la Meca ...” escribe Antonio Enrique en
una obra en la que la exhumación de los emires granadinos, la
evacuación de las sepulturas de la ciudad palatina, a pocos días
de la partida final de Boabdil, en 1492, es el hilo conductor de
la narración, el escenario donde el Boabdil cuenta la historia de
su Casa, de los 23 sultanes que le preceden, en su mayoría
habitantes mudos de las tumbas que se veía obligado a abrir y a
quienes temía despertar. Cinco siglos después, el silencio aún
habita entre las piedras de la vieja Rauda, donde perviven las
tumbas vacías, el lugar donde laureles, hiedras y cipreses retoman
la tierra que perteneció a los muertos, decenas de almas
arrancadas de su eterno descanso para viajar hacia un destino no
desvelado.
Nadie sabe dónde están los sultanes de la Alhambra, donde
reposaron tras ser arrojados de su macaber palatino. Los
historiadores no han podido determinar si Boabdil se los llevó
consigo a Laújar de Andarax y después los embarco hasta Fez (su
última morada) o si los dejó enterrados en las laderas del cerro
del Castillejo, en Mondújar, a las puertas del Valle de Lecrín,
bajo las almenas del castillo de Zorayda, la cristiana que enamoró
a su principal enemigo y padre: Muley Hacen. (..)
Qubba de la Rauda Real
(...)
Nadie sabe cuál fue el camino de los muertos, la última ruta de
los sultanes, la senda de las acémilas hacia el sur. Antonio
Enrique investiga el conocimiento de la historia para marcar
algunos puntos sobre los que dibujar un trazado imaginario, pero
posible a la luz de la orografía y los vestigios dejados por el
tiempo. Es la ruta de los sultanes muertos. No era fácil abandonar
la Alhambra sin ser vistos. Boabdil pactó con Fernando el Católico
sacar los cadáveres por la noche, alejados de los ojos de la
ciudad. Junto a la Rauda, el Real Bajo de la Alhambra, a
extramuros de los Leones, camina hacia el Partal y los altos del
palacio del Infante (el monasterio de San Francisco) y la torre y
puerta de los siete Suelos, una salida directa de la fortaleza
hacia las tierras de los Mártires, los caminos de Alixares y la
ladera quebrada del actual Barranco del Abogado, donde las
caballerías afianzan el paso entre las escorrentías de aguas y
tierras llegadas del cerro del Sol. A un lado quedan, cercanos,
Mauror y Realejo. Un sendero de muerte que ahora lleva el nombre
de Camino del Cementerio, para bajar la cuesta del Caidero y, por
los viejos Molinos, llegar a las alamedas del Genil, vadear sus
arenas con la vista puesta en las estrellas que marcan el sur,
mientras la gran barrera de Sulayr, se extiende en el Levante y
deja brillar sus cumbres a la tenue luz de una tímida luna.
“La caravana fúnebre salió a la Vega uno dos días después, cuando
ya todo estuvo dispuesto. En la noche profunda, y por senderos
poco transitados, llegaron a las inmediaciones de Alhendín, y
echaron luego hacia Dílar, internándose después, a través del
barranco Hondo, en un paraje que llaman Las Rajas, donde ya todo
es dominio de lobos y buitres. Con el Padul ya a la vista, la
siniestra comitiva hizo un alto en el monte que de siempre se
llamó de las Calaveras. Comenzaba a clarear. Desde esta
prominencia Granada se contempla, por última vez”, cuenta Boabdil
en la pluma de Antonio Enrique, que habla de caminos que dejan a
un lado la vía hacia La Malahá, las estribaciones de la Zubia y
pasos de sierra cercanos a Gójar, para después, tras la depresión
de Padul, abrazar el valle de Lecrín. Desde la cara oeste del
Manar, sobre Padul, diversas sendas conectan con el pueblo y la
ribera oeste del espacio lagunar, donde aún se contemplan los
surcos que los carros dejaron en la primitiva vía romana entre la
ciudad y la Costa, el camino hacia el mar, el Valle y la
Alpujarra.
El cortejo, ya con las primeras luces del día tuvo que bajar los
desfiladeros de Dúrcal y buscar el puente medieval que salva el
río y salir a las extensiones vigiladas por los fortines nazaríes
que miran a la ciudad, y más allá, los arenales del río Torrente,
que en Nigüelas, muestra un vado camino de la aldea de Águilas y
desde donde ya se avista la silueta del Castillejo de Mondújar, el
monte sobre el que se asienta el castillo y última residencia de
Muley Hacen, un espacio al que solo es posible llegar a través de
una escarpada senda entre laderas, las tierras donde aún es
posible observar restos de apriscos donde las caballerías
descansaron de su preciada carga.
La tumba de Muley Hacen, siempre vacía
Entre los cadáveres exhumados no estaba el del padre de Boabdil,
Muley Hacen. Antonio Enrique, cuenta que el Rey Chico no ordenó su
apertura. Sabía que estaba vacía. Crónicas y leyendas cuentan que
el propio Muley Hasen pidió que le enterrasen entre las pizarras
de Sierra Nevada, junto a los ventisqueros. Una comitiva traslado
su cuerpo desde el castillo de Mondujar a las más altas cumbres de
Sulayr.
Allí quedaron los restos mortales de los monarcas, en un lugar que
un documento sobre lindes de 1547 señala como “Un macaber grande
de seis marjales poco más o menos por abrir que alinda con haza de
Diego Aguilar y con Haza de Diego Escobar, donde dicen que están
enterrados los Reyes Moros de Granada". El silencio cayó
sobre el destino de los monarcas. Los arqueólogos investigaron la
aparición de tumbas en el monte del Algarrobo (El Castillejo) sin
poder determinar si eran de los sultanes o sus allegados, y el
1925 aparecieron 70 tumbas vacías, lo que hace suponer que
alguien, quizá Boabdil, las volvió a exhumar para llevarlas a
tierras de Almería o de África. Más tarde, las obras de la autovía
de la Costa dejaron al aire restos humanos cercanos a los
cementerios de Mondújar y Talará, nadie pudo determinar su
procedencia. Ahora, cinco siglos después, en la Rauda Real de la
Alhambra, las tumbas permanecen abiertas desde que se inició la
ruta de los sultanes muertos, el imaginario discurrir de las almas
que buscaron habitar un nuevo y oculto Valle de los Reyes
MAPA DE RUTA
LOS PUNTOS BÁSICOS PARA
ESTABLECER LA RUTA DE LOS SULTANES MUERTOS, DESDE LA ALHAMBRA
AL CASTILLO DE MONDÚJAR