LA RUTA DE LOS LIBERADOS
Crónica del primer paseo tras la reclusión del coronavirus
Desde el Avellano a la Silla del Moro, vistas sobre la Alhambra,
veredas y el agua de la Acequia Real
Tras 47 días de confinamiento, los senderos se abren al paso de
quienes añoraban comulgar con la naturaleza
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Los primeros rayos de sol aparecen sobre el cauce del Darro,
realizan juegos de luz sobre los puentes árabes y castellanos,
mientras la luz tiñe de rojo las almenas y palacios de la
Alhambra. Corredores y senderistas que desde hacía siete semanas
esperaban el momento en el que poder caminar hacia el interior de
la colina de la Sabika y ascender al cerro del Sol. La mañana no
es igual que tantas otras. Rostros embozados tras mascarillas
quirúrgicas, guantes de látex, mirada de prevención ante quienes
encontramos en nuestro camino. Bajo el pretil, a pocos metros del
puente de Carranza, en el charco de las truchas, un leve
movimiento delata la presencia de una de las especies que ha
logrado volver a estas aguas tras décadas desaparecida. Más
arriba, junto a San Pedro, la luz se refleja en las arboledas del
tajo. Arriba, la Vela mira hacia la ciudad.
La Carrera y Los Tristes, están casi vacíos. Atrás quedaron los
tiempos de centenares de turistas a cualquier hora del día. El
miedo a la pandemia de Coronavirus y las prohibiciones decretadas
por el Estado, han provocado su conversión en su semidesierto que
desde este día, dos de mayo de 2020, comienza a recibir la
presencia de los ciudadanos.
La ruta de los liberados camina hacia el Avellano. Busca el
sendero del Alarife, que sube a espaldas del Generalife en busca
de la Acequia Real y del Tercio, el paso previo a coronar el cerro
de Santa Elena, sobre el que se encuentra el castillo de Santa
Elena o Silla del Moro. El sendero se abre a la derecha poco más
de 300 metros de Los Tristes. La vegetación ha ocupado su
territorio tras semanas con una drástica reducción del paso de
personas y, sobre todo, de ciclistas que erosionan y queman la
vereda.
Asciende entre el bosque de ribera, entre las flores de los
rosales silvestre, el blanco de las flores de celindas. Un claro
deja ver una de las vistas más inéditas y bellas de las torres
palaciegas de la Alhambra.
Algunos corredores bajan al trote por la vereda (no cumplen las
medidas de seguridad, respiración fuerte y agitada por pasos
angostos de menos de un metro de ancho, la solidaridad ante la
pandemia no parece ir con muchos de ellos). Al noreste, el viejo
Albaicín, el arrabal de los Halconeros, muestra sus bosquetes de
tejados, casas blancas y cipreses. La muralla de San Miguel rompe
la tipología urbana para dar paso a las cuevas del Sacromonte. La
visión reconforta los sentidos.
Arriba, el agua de la Acequia Real ha llenado el cauce del Tercio
y entra en el Generalife. El cauce es un hervidero de larvas de
sapo común que nacieron hace pocas semanas, la reducción en el
paso de personas y sus perros (que corren por el interior del
cauce) ha favorecido la supervivencia de más cantidad de larvas
que en años anteriores.
La vista se extiende hacia Valparaíso, con la Abadía y el Valle
del Darro, verde con la primavera y las últimas lluvias. El
sendero llega a la cascada del Tercio, donde el agua del sobrante
de la acequia Real fluye tempestuosa a través del barranco de
Santa Elena, la linde entre la colina y el cerro del Sol. Es un
paraje privilegiado, cargado de misterio. A pocos pasos, la vista
se extiende sobre todo el Sacromonte, el Albaicín y la ciudad.
Solo queda seguir la vereda que asciende a la Silla del Moro.
Muchos ciudadanos han acudido a este enclave para disfrutar de su
primera caminata de liberación. La imposibilidad de coger coches y
el no poder salir del municipio, ha concentrado a demasiadas
personas en unos pocos lugares, especialmente a quienes buscan
volver a vivir la naturaleza. Una vez más, pocos cumplen con las
medidas de distanciamiento y la mezcla entre senderistas,
corredores y ciclistas no parece ser lo más adecuado, pero hay
verdadera necesidad de volver a vivir sensaciones al aire libre.
La Alhambra ofrece una de sus mejores imágenes, parece engalanarse
para ser vista desde arriba, presidiendo la ciudad que se extiende
hacia el horizonte. Cuesta dejarla para descender hacia el bosque,
hacia Gomérez, donde las flores de los castaños de indias, racimos
blancos en los grandes árboles, recuerdan que hace unos días, se
tuvo que vivir el esplendor de los castaños alhambreños. Aún
queda, blancos y rojos, adornando el verde que esconde las piedras
de la puerta de Bibrambla. Los ciudadanos caminan despacio, sin
querer terminar el primer paseo de liberación, solo roto por el
paso, desbocado, a gran velocidad, de algunos ciclistas que de
forma temeraria parecen mostrar su pretendida hombría mientras
desprecian la paz y la belleza de un espacio elegido por los
ciudadanos para vivir sus primeros paseos en libertad tras semanas
de reclusión.
La Alhambra y sus colinas, una vez más, se convierten en la meta y
el bálsamo para paliar los efectos de un confinamiento que ha
hecho mella, sobre todo, en el alma.