PAISAJES Y BIODIVERSIDAD
A LA VISTA DE PUNTA NEGRA
Sobre los últimos acantilados de la costa oriental una torre vigía
observa la evolución de Alborán
La red de ‘alerta piratas’ que desde tiempos nazaríes se extiende
por los cerros del litoral se ha convertido en vigía del
territorio y su biodiversidad
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Unas manchas negras y grises se dejan ver sobre la superficie del
mar en calma. Se desplazan con suavidad a lo largo de una línea
donde el color del agua se vuelve más azul. De improviso la imagen
de seres que nadan con el dorso fuera de la protección de la
superficie comienza a tomar forma y dejan ver una gran aleta
dorsal, mientras que uno de ellos salta hasta quedarse suspendido
en el aire antes de caer y zambullirse entre una explosión de
espuma. Es un grupo de delfines mulares, de mamíferos marinos que
habitan en las aguas centrales de Alborán y que de forma habitual
se desplazan a través de rutas cercanas al litoral. La imagen es
fácil de observar en días de mar tranquila, pero es necesario
hacerlo desde altas atalayas que faciliten una visión lejana de la
superficie marina, desde donde sea posible apreciar cambios en las
diferentes tonalidades de las aguas. Las antiguas torres de
vigilancia, las que formaron parte la extensa red de vigías
dedicadas a alertar de la presencia de piratas y ejércitos
enemigos, se han convertido en excelentes observatorios de fauna
marina y especialmente las que se encuentran sobre grandes
acantilados y no han sido engullidas por la expansión
inmobiliaria. Construcciones ancestrales sobre espacios naturales
que se mantienen firmes en su objetivo primigenio, observar lo que
ocurre en el mar.
VÍDEOS *
SUBIDA A LA TORRE DE PUNTA
NEGRA * VÍDEO: MERCHE S. CALLE Y J. E.
GÓMEZ
Los cerros de la Contraviesa, emergidos tras los poderosos choques
de las placas Africana y Euroasiática y los movimientos tectónicos
que provocaron el cierre del último estrecho del viejo mar de
Tetis: el del Guadalhorce, que hace seis millones de años se
desplazó hacia occidente para convertirse en Gibraltar, generaron,
hacia el oriente, el levantamiento de sedimentos marinos que
culminaron la formación de las cordilleras béticas, iniciada 15
millones de años antes y con ellas modelar los grandes acantilados
que forman la abrupta geografía de la costa oriental de Granada,
con sugerentes y misteriosos acantilados, muchos de ellos
inexpugnables, que caen sobre el mar y se sumergen en aguas
relativamente someras pero que, tras la primera franja costera, se
ocultan en pronunciadas pendientes hasta enormes profundidades.
Frente a esos cerros frecuentados por fenicios, romanos y árabes,
territorio de expolios y rapiñas piratas, de colonización y
expansión a través del mar de las riquezas de las tierras de la
Alpujarra baja, Alborán muestra su peculiar universo a quien se
asoma a sus misterios.
Territorio quebrado
Las rocas son grises y negras, filitas, sedimentos silíceos que
forman parte del área natural que se denomina Almería y se
extiende desde Adra hasta el delta de las ramblas de Castell de
Ferro. Un territorio quebrado de pequeñas calas, donde una
formación rocosa, partida transversalmente por la antigua N-340,
recibe el nombre de Punta Negra, el extremo de la Contraviesa que
más se adentra en Alborán, el punto más al sur de esa franja
biogeográfica de acantilados sobre los que se alza la ancestral
torre de Punta Negra, que sobrevive desde 1746, cuando los
comerciantes y agricultores de este territorio la levantaron para
ayudar al Rey en el control del litoral y las tierras de interior
y conseguir, de paso, su propia defensa.
Los modernos sistemas de comunicaciones utilizan el mismo
territorio que la vieja torre.
Atalaya
La torre es una atalaya para observar el continuado ir y venir de
los grandes alcatraces, de aves llegadas de Islandia y el norte de
Inglaterra para pasar los inviernos en costas cálidas, desde donde
estudiar el vuelo de las gaviotas y cormoranes que habitan las
calas ocultas de El Ruso y Chilches, que viajan entre las playas
arenosas del delta del Ejido y Adra hacia los del Guadalfeo y los
pantanos de interior; las depuradas formas de pescar a base de
rápidos picados sobre la superficie de los charranes patinegros,
observar la llegada de gaviotas de audouín, originarias de la isla
de Alborán que se expanden por el litoral oriental granadino y
controlar el paso de pardelas, aves similares a las gaviotas que
se encuentran en peligro de extinción, y oír en el crepúsculo el
rápido desplazamiento de bandadas de flamencos que, al igual que
grupos de garzas imperiales y garcetas, recorren la costa ocultos
en la semioscuridad del inicio de la noche.
Sobre los acantilados, alrededor de las piedras seculares de la
torre vigía de Punta Negra, un ecosistema de espartal y cambronal,
la capa vegetal original de un territorio semiárido, degradado por
la erosión y la exposición a largas sequías, seguidas de episodios
de lluvias torrenciales, crecen especies arbustivas como Maytenus
senegalensis, amenazada de extinción, hinojos, bolinas, retamas y
las especies que dan nombre al ecosistema: Licium intrincatum,
Cambronera, y esparto, Stipa tenacissima. Plantas de rocas
verticales y espacios salinizados: margarita de mar, Asteriscum
maritimun; Alhucenilla, Lavandula multifida y amapolas marinas.
Entre todas ellas se desarrollan especies de fauna, micromamíferos
y reptiles, desde lagartijas que se ocultan entre las rocas de la
torre a serpientes como la culebra lisa meridional.
Una particular biodiversidad que intenta mantenerse a pesar de que
el entorno de esta construcción de casi tres siglos, catalogada
como Bien de Interés Cultural, sufre el impacto de la agricultura
intensiva bajo plástico, del incremento incontrolado de
invernaderos y la roturación de laderas.
Junto a la vieja torre, se alza una columna de acero que sustenta
en su cúspide antenas de comunicaciones. Los actuales ingenieros
saben que la ubicación de esta atalaya es el lugar perfecto para
conectar con otros puntos como la cara sureste del Conjuro y la
sierra de Lújar y rememorar la red de seguimiento que desde el
siglo XVIII unía, mediante humo y hogueras, las torres de La
Rábita al este, y las de Melicena, La Mamola y Castell, al oeste.
Al este de la torre, el mar deja entrever tonalidades verdes.
Significa que a unas decenas de metros de los rompientes del
acantilado, se extiende una pradera de posidonias, un bosque
marino habitado por numerosas especies que buscan refugio entre
las hojas de estas plantas marinas
Sobre el acantilado, la torre de Punta Negra permanece erguida a
pesar de la enorme fisura que quiebra su estructura. Una herida
que marca el paso del tiempo y los continuos movimientos sísmicos
generados por las placas que aún se mueven bajo el mar.
Observa la costa oriental de Alborán. Los acantilados y La
Rábita
BIODIVERSIDAD
Especies presentes en este espacio natural
Arundo donax (caña)
Asparagus albus
Asteriscus maritimus,
Margarita de mar
Atriplex halimus
Convolvulus althaeoides
Foeniculum vulgare (Hinojo)
Galactites tomentosa
Genista umbellata Bolina
Glaucium flavum
Hyparrhenia hirta
Lauanea arborescens
Launaea lanifera
Lavandula multifida
Lycium intrincatum (Cambronera)
Medicago littoralis
Ononis natrix
Opuntia ficus indica (Chumbera)
Plantago afra
Retama sphaerocarpa
Reseda
Sedum sediforme
Spergularia bocconei
Stipa capensis?
Tripodion tetraphyllum
Urospermum picroides
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