PAISAJES Y BIODIVERSIDAD
LOS VIVEROS DE LOS PEÑONCILLOS
LA ALBERCA OLVIDADA DE LOS NIÑOS
Los abandonados estanques de los viveros de la sierra de Huétor
sueñan con el regalo de Reyes de su regeneración
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Vuela desde la protección de las copas de los pinos y cedros hasta
posarse sobre las ramas que caen en vertical hacia la superficie
del estanque. Se aferra a ellas boca abajo para situar su pico lo
más cerca posible de la lámina de agua donde revolotean mosquitos
y otros pequeñísimos insectos. Es un pájaro del tamaño de un
gorrión, pero su plumaje es de un azul intenso en las alas y
anaranjado en su pecho, pico corto y negro con una marcada ceja
negra. Se le conoce como trepador azul porque asciende por las
ramas como si escalase una montaña. No es fácil de ver, pero cada
año sus poblaciones aumentan en las sierras del entorno de Granada
e incluso sube a las cumbres de Sierra Nevada. Su hábitat más
común es el interior de la sierra de Huétor, los bosquetes de
encinas, pero también ocupa pinares y cedros que crecieron en los
antiguos viveros creados para las repoblaciones que recuperaron
las arboledas del parque natural. Es uno de los visitantes
habituales de las albercas que en la segunda mitad del siglo XX
recogían el agua de las surgencias del subsuelo de la sierra, en
el trazado entre los cortijos de los Peñoncillos y Bolones, donde
ocho manantiales alimentaban cuatro estanques destinados a regular
el agua necesaria para otros tantos viveros, situados en una línea
de monte de poco más de tres kilómetros.
Erstas albercas se convertían en el centro neurálgico de
ecosistemas que empezaban a naturalizarse tras siglos de talas y
rafias madereras, pero que seis décadas después, sufren la
destrucción impuesta por el olvido y el abandono.
En las inmediaciones del cortijo de Bolones, junto al bosquete de
secuoyas procedente de aquellos viveros, la alberca mantiene el
nivel de agua que le aporta el manantial, cada vez más mermado,
pero su imagen, encerrada tras una valla de tela metálica, no
tiene nada que ver con aquellos estanques que regaban bosquetes y
huertas, aquellas piscinas improvisadas en las que se bañaban los
chavales que desde Huétor se aventuraban por los caminos de la
sierra.
De estas surgencias y sus albercas, la del cortijo y casa forestal
de Los Peñoncillos, es la que se encuentra más oculta y la que en
realidad concentra las vivencias de aquellos niños que hoy superan
los sesenta y que recuerdan el esplendor de las fuentes y el agua.
Lo cuenta el hidrogeólogo del CSIC, Antonio Castillo Martín, en el
blog Paisajes del Agua, en un artículo en el que alerta de lo que
considera la «epidemia de la seca de fuentes».
Castillo Martín dice que «en esas albercas jugábamos, nos
bañábamos y criábamos truchas. De las huertas salían sabrosos
tomates, pepinos, calabacines, melones y judías verdes, de los
frutales manzanas, ciruelas y cerezas. Hoy todo eso es agua
pasada, una historia apenas reconocible, salvo para gente
observadora. Las fuentes se secaron, las acequias, paratas y
bancales están tapados por el monte, las albercas derruidas y
colonizadas por zarzas y espinos, y las atajeas y minas cegadas o
cubiertas de telarañas».
Oculta
La de Bolones se encuentra junto un camino habitual de
senderistas, pero la de Los Peñoncillos es casi desconocida, está
oculta entre los bosquetes, detrás de la antigua casa forestal,
hoy centro residencial educativo, y mantiene las esencias de un
paraje en decadencia que vivió tiempos de esplendor. El camino de
salida de los viejos viveros accede a un paraje donde aún se
observan las paratas de cultivos, con cauces de acequias secos y
escaleras que conectan las plantaciones. Al fondo, el bosquete de
grandes cedros del Atlas delatan el lugar en el que se oculta la
alberca, vallada para evitar accidentes. Aún quedan vestigios de
los azulejos que hacían que se pareciese más a una piscina que a
un estanque de riego. La alberca de los niños, donde ahora se ha
puesto en marcha un programa de recuperación de anfibios por parte
de la Asociación herpetológica Granadina, es desde hace décadas,
un ecosistema acuático que se mantiene a pesar de la escasez de
agua del acuífero que nutre el nacimiento del Darro, muy próximo a
este enclave, donde se desarrollan larvas de anfibios, libélula y
otros insectos y se alimentan aves y mamíferos.
Pasear bajo los cedros, junto al borde de la alberca de los niños,
te hace pensar en aquellos chavales que hoy, cuando solo faltan
unas horas para la llegada de los Reyes Magos, formularían el
deseo de volver a contemplar aquellos parajes donde el agua,
surgida de la tierra, llenaba el estanque y rebosaba a través de
acequias, que se distribuían por bancales donde crecían centenares
de árboles jóvenes que repoblarían la sierra.
¿CÓMO LLEGAR?
Salida 259 de la A-92. Tomar el primer carril a la derecha. 100
metros después, dejar el coche junto a la entrada de la casa
forestal de Los Peñoncillos. Caminar hacia el lateral izquierdo de
la casa. Desde su parte trasera surge un camino que lleva al viejo
vivero. Al fondo, entre los cedros, está la alberca.
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