(...) El otoño puede considerarse como la primera estación del
ciclo de la vida en la naturaleza, es el tiempo en el que las
especies animales y vegetales han cumplido con su misión de
reproducirse, criar y hacer crecer a quienes nacieron en la
primavera y el verano, y volver a empezar con el ciclo de
aparearse y reproducirse, en el que los primeros son los grandes
mamíferos, que necesitan mayor tiempo de gestación, como los
ciervos, que desarrollan la berrea entre mediados de septiembre y
principios de octubre, para que los cervatillos nazcan al inicio
de la primavera.
Es la estación especial para disfrutar de paisajes mágicos, de
luces atenuadas y colores cálidos, en la que el amanecer y el
crepúsculo se tiñen de infinidad de matices donde cada ecosistema
tiene su particular tonalidad. El mar, con la tormenta, se viste
de gris y verde. Después, con la calma, al atardecer, las
olas adquieren un extraordinario azul intenso. Las sierras, los
bosques y los jardines, incluso los árboles de la ciudad, se
colorean de amarillo y rojo. La gran variedad de ecosistemas que
concentra el sureste de la península Ibérica, permite conocer casi
la totalidad de los efectos que el otoño genera en la naturaleza,
desde el mar a las altas cumbres granadinas, desde los desiertos
almerienses a las agrestes sierras, bosques y llanuras esteparias
de Jaén.
Aunque la berrea solo es posible oírla y contemplarla en Jaén y
algunos puntos de la sierra de Baza y la Dehesa del Camarate, en
Granada, la imagen de los campos dorados se extiende por la
totalidad de las tres provincias de Andalucía oriental. En
Almería, la sierra de María posee bosques caducifolios de
espectacular belleza, mientras que en la Alpujarra, los castañares
de Paterna convierten el paisaje en un maravilloso lienzo
impresionista. Las alamedas se alzan al cielo en las riberas del
río Andarax, mientras en los subdesiertos, en las Amoladeras,
crecen tapices de azafrán o azafranillo del Cabo, un endemismo
almeriense y la costa marroquí, que crece a ras de suelo entre
arbustos de azufaifos, que también florecen en otoño.
En Granada, el otoño se manifiesta en las alamedas del Fardes, que
desde la sierra de Huétor se adentra en la Hoya de Guadix. La
dehesa del Camarate, en la cara norte de Sierra Nevada, posee los
más impresionantes bosques caducifolios, con los que compiten los
castañares de Jerez del marquesado y Huéneja, a los que califican
como bosques encantados. Las riberas de los ríos se vuelven
espacios mágicos, con álamos que colorean y pierden sus hojas. Las
riberas del Dílar, Aguas Blancas y Genil, merecen una visita y
paseo sosegado, mientras que la magia sube a la colina de la
Alhambra a través de los colores de la ribera que discurre por la
cuesta de los Chinos.
El otoño es tiempo para viajes sencillos, cercanos, la estación
para dejarse llevar por los secretos de la naturaleza.
LOS COLORES DEL OTOÑO
Cuando el verde se torna rojo... y amarillo
Es el momento del reciclado, el fin de un ciclo y el paso a una
nueva etapa, la naturaleza se tiñe de ocres como preludio _del
invierno
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE
El bosque de la Alhambra ha cambiado de color, el verde de los
castaños de indias ha tornado al rojo y amarillo. En la cuesta de
los Chinos, los muros terrizos que caen desde los huertos del
Generalife se han convertido en tapices rojos gracias a las
enredaderas de parra virgen, y en las sierras del entorno de la
capital granadina, arces, quejigos, álamos y robles pintan de
amarillo el paisaje. En noviembre el otoño ha entrado en su
plenitud....

Es sinónimo de sosiego y melancolía, de atmósferas grises, de
misterio y ocaso.
El otoño, que empezó el 22 de septiembre a las 22,40 horas y
terminará el 21 de diciembre a las 12,12, no es la estación del
final y la muerte, sino la del inicio de un ciclo, en el que la
caída de las hojas no es más que una fórmula para reducir
necesidades, sobrevivir al frío que ha de llegar, y prepararse
para una nueva primavera. Es cuando el sol se encuentra en la
posición que los astrólogos llaman equinoccio: el astro rey está
en línea recta sobre el ecuador del planeta, y provoca que los
días sean tan largos como las noches, la época en la que cada día
es tres minutos más corto que el anterior, una circunstancia que
hace que todo cambie, que la imagen de campos y bosques sea tan
diferente a la de otras épocas, que todos consideren el otoño como
el tiempo de los colores, donde la paleta es tan rica como cada
uno quiera creer.
El cromatismo de noviembre no es caprichoso ni casual, es el
resultado de decenas de procesos físicos y químicos en los
que la reducción de la intensidad de la luz solar juega un
papel fundamental. Cuando ya ha entrado el otoño es habitual que
los suelos se hielen y las plantas tengan más dificultades para
conseguir los nutrientes que necesitan, por lo que mantener una
gran cantidad de hojas resulta muy costoso en cuanto a ‘comida’ se
refiere, y es preferible desprenderse de lo que en ese momento
puede considerarse un lastre. Es la razón por la que los bosques
se llenan de hojarasca, de residuos vegetales que, por sí mismos,
también se convierten en un contingente de energía para otros
seres vivos, animales y plantas, ya que en pocos días serán
materia orgánica en descomposición que un ejército de
invertebrados, e incluso las propias plantas, aprovecharán.
Colorear
La falta de luz afecta también al color, ya que la clorofila que
posen las especies de flora, al no recibir la radiación solar, no
puede cumplir con una de sus funciones, colorear de verde las
hojas, y dejan que otros pigmentos, que han permanecido ocultos
durante las estaciones más cálidas, aparezcan en toda su plenitud.
Rojos y ocres se hacen patentes en los árboles de hoja caduca, y
la culpa la tienen pigmentos muy conocidos por los artistas
plásticos, las xantofilas, que aportan los amarillos;
antocianinas, que son moradas, y sobre todo, los carotenoides que
son los anaranjados. Los rojos se deben a las antocianinas. La
mezcla de pigmentaciones aporta colores a veces imposibles de
describir.
La carta cromática es también una huella de identidad territorial.
En la provincia de Granada, las tonalidades no son las mismas en
las sierras del suroeste, como el Parque Natural de Almijara,
Tejeda y Alhama, que en los alcornocales de Lújar, o en Güéjar
Sierra, donde los castañales son la clave del paisaje. En zonas
más próximas a la alta montaña, como el barranco de San Jerónimo,
algo más abajo de Pradollano, los robledales tienen un amarillo
oscuro, más cercano al ocre, que no tienen igual, excepto en la
Alfaguara, en la Sierra de Huétor, donde algunos grupos de robles
(Quercus pyrenaica) destacan sobre el verde intenso de otros
árboles de hoja peremne como pinos y encinas.
En las estribaciones norte de Sierra Nevada los colores del otoño
se hacen patentes en los bosques de ribera de los arroyos situados
entre Jeres del Marquesado y Lanteira, donde los sauces se tiñen
de un amarillo verdoso inigualable.
En la Vega de Granada, al oeste de la capital, las alamedas
aportan el color otoñal. Si se observa desde algunas atalayas como
el torreón de Sierra Elvira, la Dehesa de Santa Fe o las sierras
de la Yedra y Alfaguara, se aprecian cuadrículas de color amarillo
intenso. Es la imagen clásica de las alamedas situadas en los
llanos de Fuentevaqueros, Láchar, Atarfe, e incluso a
orillas del Genil, como en Cenes y Pinos Genil.
Una imagen especial es la aportada por los colores del otoño en
los diferentes recorridos que llegan hasta la Fuente del
Hervidero, desde La Zubia y Cájar, con el barranco de Huenes
plagado de tonalidades.
En el interior de la ciudad la imagen del otoño tiene espacios
dignos de contemplarse. Ascender a la Alhambra por la cuesta de
Gomérez y el paseo central, es viajar a un mundo de color: la
hojarasca se acumula junto a las acequias, y los castaños de
indias y olmos dejan pasar los rayos del sol entre el amarillo de
las hojas a punto de caer. Pero si esa subida se realiza por la
cuesta de Torres Bermejas, a la derecha de la puerta de la
Justicia, las sensaciones otoñales inundan los sentidos.
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