El
ojo de Darwin
Científicos europeos aclaran el misterio del origen evolutivo del
ojo humano gracias al estudio de un pequeño gusano marino, un
fósil viviente: '
Platynereis dumereili',
Por L. A. G./MADRID/IDEAL * WASTE MAGAZINE
Platynereis dumereili'
El ojo humano es el órgano predilecto de los antievolucionistas. A
menudo, esgrimen su complejidad para intentar echar por tierra la
teoría formulada por Charles Darwin. Y hasta citan al naturalista
inglés en su apoyo. «Parece absurdo de todo punto -lo confieso
espontáneamente- suponer que el ojo pudo haberse formado por
selección natural», recuerdan que dejó escrito en 'El origen de
las especies' (1959). Sí; pero no. La cita original es más larga y
en ella Darwin concluye que el ojo es un producto de la evolución.
Un grupo de investigadores del Laboratorio Europeo de Biología
Molecular presentó ayer, en la revista 'Science', pruebas del
origen de ese órgano.
Las células fotosensitivas -sensibles a la luz- de los vertebrados
y de los invertebrados son diferentes, hasta el punto de que
algunos biólogos han considerado la posibilidad de que el ojo
surgiera en la evolución dos veces, una en cada tipo de animal. El
equipo de científicos alemanes liderado por Detlev Arendt y Jochen
Wittbrodt ha descubierto ahora que hubo un ancestro común de
vertebrados e invertebrados que poseyó ambos tipos de sistemas
visuales, y que los bastones y los conos de nuestros ojos derivan
de otras células fotosensitivas que estaban en el cerebro de aquel
antepasado.
«No es tan sorprendente que las células del ojo humano procedan
del cerebro. Todavía tenemos células fotosensitivas en nuestro
cerebro que detectan la luz e influyen en nuestros ritmos diarios
de actividad. Muy posiblemente, el ojo humano se desarrolló a
partir de células fotosensitivas cerebrales. Sólo después en la
evolución, esas se reubicarían en lo que es un ojo y se adquiriría
la visión», explica Wittbrodt. Ha llegado a esa conclusión gracias
a un fósil viviente: 'Platynereis dumereili', un gusano marino que
apenas ha cambiado en 500 millones de años.
Arendt levantó la liebre al ver en el cerebro del animal células
fotosensitivas «que se parecían a los conos y bastones del ojo
humano. Me intrigó la idea -dice- de que ambos tipos de células
(las de invertebrados y humanos) tuvieran el mismo origen
evolutivo».
Para probar esa hipótesis, su equipo usó una nueva herramienta: la
'huella molecular', la combinación única de moléculas de cada
célula a partir de la cual se puede saber si dos células comparten
un ancestro. Y resultó que la 'huella molecular' de los ojos de
los vertebrados casaba con la de las células fotosensibles del
cerebro del gusano marino. «Es una prueba de un origen evolutivo
común. Hemos resuelto uno de los grandes misterios en la evolución
del ojo humano», dice Kristin Tessmar-Raible. Los
antievolucionistas tendrán que mirar a otro lado para atacar a
Darwin.
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