OCTUBRE
TORMENTAS Y HOJAS DE OTOÑO
Es tiempo de inestabilidad, de temporales, y de cambio en la
imagen y los biorritmos de espacios naturales y sus pobladores
El viento ruge y hace crecer las olas que rompen sobre los
acantilados, es una de las consecuencias de la última bioestación,
la que recoge el testigo de iniciar un nuevo ciclo
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE * WASTE MAGAZINE
Centenares de puntos blancos y negros dibujan una línea paralela
al mar. Son gaviotas de diferentes especies que, resguardadas del
viento y el envite de las olas, ocupan el borde intermareal en la
mayoría de las calas y playas solitarias del sur de Europa.
Esperan a que amaine la tormenta, a que se reduzca la fuerza del
temporal y puedan volver a volar sobre las aguas y localizar los
peces con los que alimentarse. Saben que el cambio de estación
acelera los fenómenos meteorológicos, que la calidez del agua
marina no se lleva bien con el aire frío de las capas altas de la
atmósfera y hace crecer las nubes, oscurece el cielo y estalla en
relámpagos y truenos. Es lo habitual de un tiempo en el que, en el
hemisferio norte, el sol se aleja de la superficie terrestre, los
días se acortan de forma considerable y las temperaturas inician
un descenso que afecta a las necesidades y comportamientos de la
fauna y flora, que adaptan sus biorritmos a las circunstancias del
momento.
Octubre es el otoño, un tiempo de tormentas en el mar y la
montaña, pero también un periodo de colores amarillos y rojos, en
los que toca adaptarse y esperar a la llegada, aún demasiado
lejana, de una nueva primavera. El otoño puede considerarse como
la primera estación del ciclo de la vida en la naturaleza, es el
tiempo en el que las especies animales y vegetales han cumplido
con su misión de reproducirse, criar y hacer crecer a quienes
nacieron en la primavera y el verano.
Tras las tormentas, es posible ver todavía el paso de aves que aún
se encuentran en plena migración, pero si el frío se retrasa en el
norte, aquí tardaremos algún tiempo en observar especies como los
pequeños mosquiteros que recorren miles de kilómetros para huir de
los hielos del norte y centro de Europa y pasar el invierno en las
riveras cálidas del sur. Unas semanas antes, durante el mes de
septiembre, comenzaron a verse los ‘trenes’ de patos, cigüeñas,
garzas imperiales, e incluso aviones y vencejos. Eran las aves que
viajaban hacia tierras africanas y más allá del Sáhara. Ahora,
comienzan a llegar quienes prefieren climas intermedios y
encuentran en el sureste de la península Ibérica un buen lugar
para invernar. Los temporales, al menos los de magnitud media,
favorecen la pesca a especies como las golondrinas de mar, o
incluso a los alcatraces, que hacen su entrada en las costas
andaluzas ya iniciado octubre. Les gusta lanzarse en picado y
zambullirse entre las olas de mares bravíos.
En los humedales es el momento en que vuelven las grandes bandadas
de garcillas bueyeras que se reúnen cada noche en dormideros junto
a las lagunas y en las proximidades de los pantanos y en las
riberas de los ríos donde es posible oír, ahora más que en otras
épocas del año, el paso de atalaya en atalaya, de rama en rama,
del Martín pescador, el multicolor pajarillo de pico en forma de
puñal, que se lanza sin descanso sobre las aguas para capturar los
pequeños peces de los que alimenta, gambusias y cachos.
En las sierras la tarea que comenzó en septiembre, la recolección
de alimento para crear las despensas para el invierno, está en su
punto de mayor actividad. Las ardillas no tienen un segundo de
descanso y localizan bellotas bajo las encinas, buscan nueces y
almacenan piñas, como los topillos y otros micromamíferos que
saben que llegará el frío y la escasez de comida.
más sureñas con su collar turquesa y rojo.
¿Y el color?
Entramos en tiempos de matices, donde cada ecosistema tiene su
particular tonalidad. El mar, con la tormenta, se viste de gris y
verde. Después, con la calma, al atardecer, las olas
adquieren un extraordinario azul intenso pintado con lapislázuli,
la joya de los faraones. Las sierras, los bosques y los jardines,
incluso los árboles de la ciudad, se colorean de amarillo y rojo.
El otoño es la estación de las hojas rojas. Es el resultado de la
falta de luz y la necesidad de reducir la actividad vital. Si no
hay luz no es posible que la clorofila que poseen las especies de
flora, cumplan su misión de asimilar la radiación solar y pintar
de verde las hojas, que en realidad toman su verdadero color,
primero amarillo y después rojo. Son pigmentos que están
ahí, pero ocultos por la intensa acción cromática de la clorofila
y el sol. Los árboles de hoja caduca acaban desprovistos del
manto que han lucido desde la primavera. La caída de las hojas es
una defensa del organismo vegetal que reduce actividad. En otoño,
los suelos se enfrían, e incluso hielan, por lo que las plantas no
lo tienen fácil para conseguir nutrientes. Mantener las
hojas necesita generar una energía que el árbol no tiene
posibilidades de conseguir, por lo que es preferible perderlas
para que vuelvan a crecer en la primavera.
Pero nada se desperdicia. Un manto de hojarasca cubre los bosques.
Es materia orgánica que al descomponerse aporta comida y energía a
una legión de invertebrados, ayuda a crecer a los hongos, da
alimento a las aves y aporta un abrigo natural al suelo, donde
multitud de semillas caídas durante la primavera y el verano
esperan el momento de germinar.
En el mar, bajo las aguas, octubre es el mes de los alevines,
cuando las oquedades rocosas del litoral sirven de refugio a miles
de pececillos, cardúmenes de bogas, boquerones, sardinas,
besuguitos, lisas y sargos. En la montaña, las cumbres se
cubren de una suave capa blanca.
Merenderas, la última flor
Cuando no es tiempo de floración y los ecosistemas entran en
épocas de frío y lluvia, una bellísima flor tapiza los espacios
entre rocas y pedregales. Son azafranes de otoño, a los que llaman
`merenderas’, una flor tardía que aparece a principios de
octubre. Suele ocupar terrenos baldíos, bordes de caminos y prados
efímeros. Es posible ver poblaciones de decenas de merenderas
formando comunidades que aportan una nota de color blanco y
rosado, al paisaje seco y agostado. La Merendera montana, en
Sierra Nevada, aparece antes porque allí, en las cumbres, el otoño
está a punto de terminar. Otro azafrán, el serrano, Crocus
serotinus, también crece en otoño en las sierras medias.
Setas
Pero octubre es el mes en el que los bosques se convierten en
territorios encantados, donde todo se envuelve en un aire de
fantasía y misterio. Si las primeras semanas han sido lluviosas,
es ya el momento para las recolecciones de setas. Pinares,
robledales y alamedas se tapizan de hongos de mil y una especies,
unas exquisitas para el paladar, otras letales. La madera seca, la
humedad en las umbrías, favorece el crecimiento de setas de
esponja, de lactarius deliciosos, los níscalos, champiñones,
macrolepiotas (en la foto), oreja de ratón, pie azul…
Gobios en el mar: Es tiempo de alevines y juveniles de
muchas de las especies más conocidas. Se encuentran entre las
rocas, en aguas muy someras, como los Parablennius
pilicornis.
Monarca: Las mariposas
Danaus plexippus,
vuelan en plenitud en algunos puntos de las costas de
Granada, donde ya consolidan sus poblaciones. Amplían
territorios desde ls costas de Málaga y Algeciras

Ardillas: Hacen acopio de frutos del bosque para
disponer de ellos durante el invierno. se Se denominan
científicamente, Sciurus vulgaris. Han experimentado un gran
crecimiento en sus poblaciones debido a que las masas de
pinar repoblado de los años sesenta del siglo XX han crecido
de forma considerable.

Bisbitas. Es el momento en que vuelven las bisbitas,
Anthus spinoletta, pequeñas aves que pasan el
día buscando invertebrados entre los lodos de las acequias y
charcas... incansables y ajenas a casi todo lo que ocurre a
su alrededor.


Como
Verdecillos. En
ramas próximas a las riberas, se aprecia el movimiento de
los verdecillos, en las ramas próximas,
Serinus
serinus, es un paseriforme habitual en esta
época cerca de cursos de agua y cultivos, que se mueve en
grupos con su inconfundible canto, sencillo y reiterativo
.

Madroños: Es el momento
en que los frutos de Arbutus unedo comienzan a
enrojecer. Muestra a la vez racimos de campanitas y frutos.
Roba meriendas: Es tiempo
de la Merendera. Pequeñas flores de pétalos rosados que pueblan
los prados otoñales de montaña.
EN OCTUBRE EN LA NATURALEZA, PINCELADAS
Frutos
rojos: La mayoría de los arbustos de los bosques
muestran sus frutos rojos, como los saucos y los setos llamados
espino de fuego.
Cormoranes: Se nota el regreso de bandadas de
cormoranes que emigraron al inicio del verano. Aunque
algunos se quedaron.
Golondrinas: No todas las golondrinas se
marchan. Algunas de ellas eligen la costa para pasar el invierno
y se olvidan de sus largos viajes más allá del Sáhara.
Garcillas: Las bueyeras, Bubulcus ibis, vuelven
a formar bandadas junto a los ríos y charcas y crean masivos
dormideros.
Sisones: Son aves esteparias que llegan desde
territorios fríos. Se les ve en espacios áridos.
EN JARDINES Y CULTIVOS
Estorninos: En la ciudad los estorninos se
cuentan por decenas de miles, llegan a su máximo poblacional
tras el verano y se convierten en una plaga que ocupa las
principales plazas con arboledas de la ciudad. Pasan el día en
los campos cercanos y vuelven para dormir en el casco urbano. Al
final de octubre iniciarán su éxodo invernal. Algunos se
quedarán.
Parra virgen: Las pequeñas uvas de la parra de
Virginia, adornan los muros de casas y jardines de las ciudades.
Lagartijas: Conocida como lagartija ibérica,
la Podarcis hispanica, busca puntos donde tomar el sol a
media mañana.
Mariposas: Todavía vuelan algunas de ellas en
los jardines, como la blanca de la col, y la mariposa de los
muros, además de la Colotis evagore, en las costas.

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Una serie de reportajes para mostrar la riqueza
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