MAMUTS,
LOS GIGANTES DE HIELO
Habitaron en la Península Ibérica durante el
Paleolítico superior
Por Julio Arrieta - IDEAL
Tenían el tamaño de un elefante africano, en ocasiones mayor, y
una cabeza enorme defendida por unos colmillos desproporcionados y
muy curvados. Las orejas eran pequeñas y la espalda, gibosa,
descendía en una grupa muy pronunciada. Su rasgo más
característico era una pelambre espesa, de color pardo oscuro o
negro, que los defendía del frío glacial. Cada cierto tiempo, el
hallazgo de un mamut en buen estado, congelado en el permafrost de
la tundra, salta a las páginas de los periódicos. La última vez,
hace apenas seis meses, para anunciar un proyecto de clonación de
uno de estos animales por parte de un equipo científico japonés.
Los últimos mamuts, los gigantes del hielo,
sobrevivieron en la tundra siberiana hasta hace apenas 3.600 años.
Pero durante el Paleolítico superior (35.000-10.300 antes del
presente) esta especie habitaba en toda Europa, incluida la
península Ibérica.
La cultura popular asocia los mamuts con los
dinosaurios, quizá por la presencia de uno de ellos como
aspiradora doméstica en el hogar de los Picapiedra, o también
porque la etiqueta de prehistórico los empaqueta en el mismo lote
que los tiranosaurios o los velocirraptores del Parque Jurásico .
Sin embargo, el mamut, a diferencia de los lagartos terribles que
desaparecieron 65 millones de años antes del nacimiento del
Homo
sapiens, convivió con el ser humano durante largo tiempo.
Se sabe que en lugares como las actuales
Ucrania y Polonia, los cromañones cazaban mamuts, tallaban
figurillas con su marfil e incluso construían cabañas con sus
restos. En Europa occidental, la naturaleza de la relación entre
seres humanos y mamuts es objeto de discusión, aunque es posible
saber cómo los veían los cromañones, porque los retrataron en
numerosas obras de arte, bien rupestres, bien sobre piezas
móviles. La cueva francesa de Rouffignac, por ejemplo, cuenta con
más de un centenar de representaciones de este animal sobre sus
paredes. En la cornisa cantábrica existen figuras de mamut en dos
cuevas, la asturiana de El Pindal y la gruta de El Castillo, en
Cantabria.
Mamuts regionales
En la provincia de Granada al sur de la
península han aparecido restos de estos grandes mamíferos.
Concretamente, en los yacimientos de Orce hay infinidad de molares
repartidos por sus excavaciones, y también por el museo de las
Siete Torres. En Baza y Fonelas también existen restos de estos
grandes maníferos. Igualmente, a comienzo de la década de los años
ochenta aparecieron vestigios de un proboscídeo primitivo en las
turberas de El Padul (en la fotografía una representación del
mamut de la zona)
En el País Vasco han aparecido huesos y dientes
de mamut en dos yacimientos: Urtiaga, en Deba, y Labeko Koba,
Arrasate. En cuanto al País Vasco francés también se han obtenido
restos de mamut en Isturitz y Gatzarria. Las muestras de esta
especie son muy escasas en la región cantábrica, aún más que las
del rinoceronte lanudo, otro animal extinto.
¿Cazaban el mamut los prehistóricos habitantes
de la penbínsula Ibérica, de la misma forma en que lo hacían sus
primos ucranianos? Responder a esta pregunta es más complicado de
lo que pudiera parecer en un principio. En el caso de Labeko Koba,
en Arrasate, los restos encontrados por los arqueólogos son las
defensas, los dientes. Sin embargo, para el arqueólogo Álvaro
Arrizabalaga, director de la excavación, hay que ser prudente: «La
idea de la caza de mamuts es muy atractiva, pero tenemos el
problema de la falta de evidencias que la sustente. Sabemos que se
hacía en otros puntos de Europa, pero hablar de lo mismo en
nuestra zona es caer en la especulación». ¿Las razones de su
escepticismo? «La ausencia de evidencia. El hecho de que los
hombres convivieran con ellos no signifca que los cazasen. Tenían
otras opciones mas fáciles a su alcance. El mamut era una pieza
difícil, cuya captura exigía demasiado esfuerzo y un alto riesgo».
Arrizabalaga subraya que «el hecho de que estén ahí no significa
que hayan sido cazados. Las piezas pudieron obtenerse de un
ejemplar ya muerto».
Para poder hablar de caza del mamut con
propiedad, tal y como se describe en novelas como El clan del oso
cavernario , «habría que encontrar restos con señales de haber
sido alanceados y despiezados, además de huellas de trampas». En
el Paleolítico superior, aún no se utilizaba el arco y los grupos
humanos eran muy reducidos, de entre 15 y 20 personas. Se
dedicaban a la caza especializada y la recolección, y es lógico
pensar que orientaran sus esfuerzos a capturar animales más
asequibles que el poderoso mamut.
El paleontólogo Jesús Altuna, de la Sociedad de
Ciencias Aranzadi, destaca el hecho de que Labeko Koba fue una
cueva que, además de ser habitada por personas, lo fue también por
lobos, osos, zorros y hienas, sobre todo. «Se puede pensar que, al
tratarse de piezas dentales, los restos de mamut sólo pudieron
llegar allí de la mano del hombre. Pero ocurre que las hienas
mastican dientes de otros animales para obtener calcio».
Un entorno muy frío
Altuna describe el entorno en el que vivían los
mamuts y los cromañones en los momentos más fríos del Paleolítico
superior: «Imaginemos un lugar a medio camino entre una estepa y
una tundra. Un paisaje muy frío».
Junto al mamut, típico de los máximos rigores
de la glaciación, el ser humano conoció otros grandes herbívoros
también extintos, como el rinoceronte lanudo o el megaceros, un
cérvido gigantesco. «En las épocas más frías cazaban renos; en las
fases templadas, ciervos, cabras monteses, bisontes o caballos».
¿Y el mamut? «Si se dio, debió ser un fenómeno marginal. Ocurre
que el porcentaje de restos de mamut que ha aparecido es mínimo en
relación con los de otros animales, y no es material suficiente
como para concluir si se cazaron o no».
¿Por qué se fueron?
Una de las incógnitas que más traen de cabeza a
los estudiosos del mamut es la causa de su desaparición. Se han
propuesto varias teorías para explicar este fenómeno, que se
inició hace unos 11.000 años, cuando la población de la especie
empezó a descender con rapidez hasta la total desaparición de los
últimos ejemplares siberianos hace 3.600 años.
El calentamiento climático y el acoso de los
cazadores eran las causas esgrimidas por los especialistas hasta
ahora. Atribuir esta extinción a la actividad humana es excesivo
para la mayoría de los expertos, que consideran más razonable la
justificación climática: los mamuts se vieron confinados en el
norte, en poblaciones aisladas que se consumieron poco a poco. En
1997, Ross Mc Phee, conservador de mamíferos del Museo Americano
de Historia Natural de Nueva York, añadió una nueva teoría. Según
este experto, los mamuts desaparecieron por efecto de una gran
epidemia. Para Mc Phee, los animales contrajeron una enfermedad
para la que no tenían defensas y que se cebó en ellos con la
rapidez de la gripe o el ébola. Los actuales cazadores de mamuts,
los científicos que los desentierran en el suelo congelado
sibieriano, intentan localizar el virus causante de la enfermedad,
o su ADN, en los restos mejor conservados.
En el caso de los mamuts vascos, lo que los
llevó a abandonar estas tierras fue el cambio medio ambiental.
«Los restos de Labeko Koba son del Auriñaciense, la primera fase
del Paleolítico superior, una época muy fría. En Isturitz aparecen
en el Magdaleniense, en una fase posterior. A partir de ese
momento se debieron de retirar al norte a medida que se templaba
el clima», explica Jesús Altuna.
A TRAVÉS DEL TIEMPO
Primeras referencias: Un texto chino del siglo
II antes de Cristo describe a los mamuts enterrados como «ratas
gigantes».
El nombre: Mamut deriva de la palabra tártara
mamont .
Mitolología: Los samoyedos creían que estos
animales vivían bajo tierra, de donde salían por la noche.
Coleccionistas: Viajeros holandeses se
interesaron por ellos en el siglo XVII. El zar Pedro el Grande
interpretó sus restos como los de los elefantes de Alejandro
Magno.
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