¿Como
vive la tripulacion de la ISS?
La tripulación de la ISS vivió 117 días confinada y sometida a la
falta de gravedad
Los tres astronautas que la habitan disponen de un espacio
reducido y carente de comodidades
Luis Alfonso Gámez . IDEAL -WASTE MAGAZINE

A 383 kilómetros de altura
sobre Rusia, la cápsula Soyuz-TM-31 de William Shepherd, Yuri
Guidzenko y Serguéi Krikaliov atracó esta semana en la Estación
Espacial Internacional (ISS). Tras dos días de viaje en una nave
minúscula, los tres hombres entraron en la que será su casa hasta
el 26 de febrero, un apartamento que crecerá en un lustro hasta
contar con un espacio habitable similar al de una mansión de 560
metros cuadrados.
Las imágenes de los astronautas sonrientes hacen a muchos desear,
en el salón de casa, estar en el pellejo de los elegidos para la
gloria. ¿A quién no le gustaría ver la Tierra desde el espacio,
flotar libre de la atadura de la gravedad, llegar hasta donde tan
pocos han llegado? Planteado así, seguramente, hay tantos
astronautas en potencia como espectadores de las hazañas
espaciales.Sin embargo, la realidad es otra.
Para empezar, Shepherd, Guidzenko y Krikaliov no están ahí arriba
para hacer turismo, sino para trabajar -doce horas diarias- en la
puesta a punto de una complejísima estructura y hacer numerosos
experimentos. Han superado años de duro entrenamiento antes y
después de ser seleccionados para la misión. Y el martes, en el
momento del despegue, la aceleración les aplastó contra los
asientos de la cápsula como a un automovilista una violenta
colisión por detrás.
Lo primero que notaron, tras franquear ayer la escotilla de acceso
a Zvezdá y poner en marcha los sistemas de soporte vital, es que
en la ISS el aire es más puro que en la Tierra: el sistema de
regeneración trata de impedir que haya microorganismos que se
ceben con unas defensas bajas por la falta de gravedad. Ya se
sintieron mareados poco después del lanzamiento a causa de la
microgravedad; ayer, empezaron a hacerse a la idea de que en su
nueva casa no hay ni arriba ni abajo. Y a acostumbrarse a darse de
narices con los pies de un compañero que se verá a sí mismo cabeza
arriba, aunque su cráneo roce el suelo.
La cara se les hincha
Pero la ingravidez ocasionará a los tres astronautas bastante más
que desorientación sensorial. La cara se les hincha porque el
sistema circulatorio no tiene que hacer frente a la gravedad y
llega mayor volumen de sangre a la cabeza. Y por cada mes en el
espacio, el cuerpo pierde un 10% de masa muscular y un 1% de la
ósea.No se puede evitar, pero se trata de paliar con una
alimentación apropiada e intensas sesiones diarias de ejercicio,
para las que en el futuro habrá en la ISS un gimnasio. Por ahora,
los primeros inquilinos tendrán que hacer dos horas de caminata
diaria en una cinta para intentar compensar los efectos de la
ingravidez en el organismo. Cuando regresen a nuestro planeta en
la misma cápsula que les ha llevado hasta la ISS -atracada en la
estación como nave de salvamento en caso de emergencia-, notarán
tal flojera de piernas que, como los cosmonautas que han vivido
meses en la Mir, necesitarán ayuda para sostenerse en pie.
Dentro de la estación -compuesta ahora por dos módulos
habitables-, la temperatura es de unos 20º C y vestirán como en
casa. Si a Shepherd la maleta se la ha hecho la NASA con los
mismos criterios que para una misión del transbordador espacial,
dispondrá de un pantalón por semana, una muda para cada día, una
camisa para cada tres, una chaqueta y un par de zapatos. El
vestuario, dejando a un lado la ropa de trabajo, es cómodo.
La comida es otro cantar.
Aunque ha mejorado desde los tiempos de los pioneros, la falta de
gravedad y las limitaciones de peso a la hora de los despegues
imponen sus restricciones. En esta primera misión, la despensa
contiene, en su mayoría, alimentos deshidratados o
termoestabilizados.La preparación, en el caso de los primeros,
exige entre 20 y 30 minutos.Algunos platos de la carta: tortilla
con pollo, pescado en salsa de tomate, cóctel de gambas, maiz...
Y, como bebidas, café, zumo de naranja o albaricoque, y agua. Nada
fresco ni congelado. La ISS no cuenta todavía con nevera ni
congelador.
Para comer
Para comer -deberán hacerlo con cuidado para que la comida no
acabe flotando-, los astronautas abrirán el paquete de cada plato
con unas tijeras, y usarán cubiertos y una bandeja reutilizable
que limpiarán con una toallita húmeda. Todo ello, anclados a algún
sitio siempre que no quieran llevarse el tenedor a la boca
flotando por el habitáculo.
El agua no sobra en órbita y
emplearla como en casa sería un disparate.Así que tendrán que
olvidarse de la reconfortante ducha: el aseo personal se limitará
al uso de una esponja de baño.De hecho, en la ISS se recicla el
90% de la orina que los tripulantes miccionan en el único inodoro
del complejo, a través de tubos -cada uno tiene el suyo- con
entradas adaptadas a ambos sexos. Las heces -al igual que la
orina, aspiradas por una bomba de succión- van a parar a un
depósito para su conversión en abono o envío a la Tierra tal cual.
Llegado el momento del
descanso, no buscarán cada uno su cama. No la hay. En su lugar,
Shepherd, Guidzenko y Krikaliov se meterán en sacos enganchados a
la pared y se atarán a los mismos con cintas elásticas.Además, se
pondrán antifaces -las luces del habitáculo no se apagan- y
tapones en los oídos. Los módulos rusos son tan ruidosos que, si
no, no habría manera de conciliar el sueño.
Al margen de la falta de intimidad, aún cuando en la ISS llegue a
haber en un futuro tripulantes de ambos sexos, hay que descartar
cualquiera de las fantasías sexuales que los mortales de a pie
creemos que pueden hacerse realidad en ingravidez. «Si empiezas a
empujar, puedes enviar a tu pareja al otro lado de la cápsula
espacial», afirma David Theison, profesor de Astronomía de la
Universidad de Arizona. Así que, de cabriolas, nada. Además, si
permitieran a una pareja hacer el amor en la ISS, seguramente
desistiría: deberían embutirse en un arnés que los mantendría bien
juntitos y que, a su vez, estaría anclado a las paredes para
evitar que se pusieran a rebotar por la estación como una pelota.
Barreras culturales
En una estancia de dos semanas en órbita -lo que puede durar una
misión del transbordador espacial- se notan todas esas
incomodidades, y algunas más. Pero no se experimentan los efectos
psicológicos que pueden sufrir Shepherd, Guidzenko y Krikaliov
durante 117 días de confinamiento. El largo encierro está agravado
por las barreras culturales, por mucho que hablen en esa mezcla de
ruso e inglés que han bautizado como runglish. «En misiones
internacionales, el lenguaje y las diferencias culturales son muy
importantes», indica Nick Kanas, profesor de Psiquiatría de la
Universidad de California y asesor de la NASA. En ese sentido, es
Shepherd el que lo tiene más difícil.Está en minoría y
experiencias anteriores en la Mir han demostrado que el astronauta
solitario acaba la misión menos satisfecho que sus compañeros.
Imagínese encerrado en un piso durante cuatro meses con dos
personas y cómo pueden deteriorarse las relaciones. Lo mismo les
puede ocurrir a los astronautas. «Cualquier pequeño problema
anterior se pone de relieve», advierte Kanas.
UNA MIRADA AL COSMOS
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