ASTRONOMÍA
* web especial * UNA MIRADA AL COSMOS
El Sistema Solar
Nuestros vecinos más cercanos
A simple vista podemos reconocer cinco planetas, pero el Sistema
Solar consta de nueve (8 si se admite retirar a Plutón) y
una miríada de objetos pequeños cuyo recuento aumenta
constantemente: satélites, anillos, asteroides, cometas y polvo
interplanetario.


El Sol posee una atmósfera de la que proviene la mayoría de la luz
que recibimos. En las figuras podemos distinguir las capas
atmosféricas: la más baja (el disco entero) y la más alta (un
detalle). Ésta última, denominada corona, presenta espectáculos
inigualables de eyecciones de materia que son detectadas en la
Tierra.
Créditos disco: Th. Pettauer (IfA) y J. A. Bonet (IAC).
Créditos detalle: Lockheed Martin. Solar and Astroph. Lab.
NUESTROS VECINOS MÁS CERCANOS
Cuando los humanos miraron al cielo por primera vez, reconocieron
grupos fijos de estrellas que giraban alrededor de sus cabezas y
que, dada su estabilidad, recibieron nombres de objetos y animales
conocidos. Se trata de las constelaciones. Junto a ellas, además
del Sol y la Luna, se distinguían unos puntos brillantes que se
movían cada noche y que más tarde se identificarían como los
planetas de nuestro Sistema Solar. En términos numéricos, el
Sistema Solar consta del Sol, en el centro, nueve planetas
mayores, 97 satélites (conocidos, aunque pueden existir más),
cuatro sistemas de anillos, millones de asteroides (con radio
superior a 1 km), trillones de cometas, el viento solar (flujo de
partículas cargadas procedentes del Sol que invaden el espacio
interplanetario), y una gran nube de polvo. Estudiando estos
cuerpos, tanto colectiva como individualmente, intentamos
comprender el origen, formación y evolución del Sistema Solar; un
proceso que comenzó, a partir de una nube de gas y polvo,
hace 4600 millones de años.
El Sol, nuestra estrella
Se trata de una estrella bastante «común», que emite la mayor
parte de su radiación* en luz visible y cuya atmósfera se compone
de un 95% de hidrógeno, un 3% de helio y el 2% restante de
elementos pesados (como el hierro o magnesio). Produce energía
mediante la fusión de átomos de hidrógeno para dar lugar a helio,
de tal forma que esa energía se «abre» camino hasta la superficie
de la estrella y se emite en forma de radiación visible. La
temperatura central del Sol, donde la fusión tiene lugar, asciende
a 15 millones de grados, mientras que en la superficie es «tan
solo» de 5600 grados. Una estrella con las características del Sol
tiene una vida media de unos 9000 a 10000 millones de años, de
modo que nuestra estrella ha vivido ya la mitad de su existencia.
Los planetas
Según su composición, podemos clasificar los planetas en dos
grandes grupos: los terrestres (similares a la Tierra) y los
gigantes gaseosos o jovianos (similares a Júpiter). El primero
abarca Mercurio, Venus, la Tierra y Marte, todos ellos con
superficie sólida y un núcleo de hierro y rocas ricas en silicio.
Esta característica común parece consecuencia de que, a distancias
cortas al Sol, la temperatura era muy elevada para que los
gases condensaran y formaran hielos. Pero vayamos uno por uno:
Mercurio cuenta con el mayor número de cráteres porque su cercanía
al Sol atrae a los meteoritos y su tenue atmósfera no protege la
superficie ni los desintegra. En cambio, Venus posee una densa
envoltura gaseosa de dióxido de carbono (CO2), una presión en la
superficie 94 veces superior a la terrestre (equivalente a una
profundidad en el mar de 1000 metros) y una temperatura de 462º C
(el plomo se fundiría fácilmente). Las nubes de esta
atmósfera, compuestas por ácido sulfúrico y agua, forman un escudo
gaseoso que ha protegido la superficie de los impactos de
meteoritos. Además, la actividad tectónica, reflejada en un
vulcanismo muy activo, con cráteres de 100 km de diámetro o
ríos de lava de 80 km de largo, ha rejuvenecido la cara del
planeta, que cuenta sólo con unos 600 millones de años.
Algo mucho más agradable ocurre en la Tierra. Ciertamente, existe
una actividad tectónica que origina cordilleras y volcanes, pero
no de las dimensiones vistas en Venus. Sin embargo, la
«coincidencia» más agradable reside en que sólo en nuestro planeta
se da la combinación justa de presión atmosférica y temperatura
para la existencia de agua en estado líquido sobre la superficie.
Ésto ha favorecido que las cicatrices de los impactos de
meteoritos hayan desaparecido gracias a la erosión
climática, y que se haya desarrollado vida en la forma que
actualmente conocemos. La composición atmosférica actual se debe
precisamente a la existencia de vida, pues se cree que en sus
orígenes era mucho más densa y más contaminada con dióxido de
carbono.
Marte presenta una mezcla de las características
mencionadas hasta ahora. Tiene una atmósfera tenue de dióxido de
carbono con una presión en la superficie de seis milibares,
equivalente a la terrestre a 50 kilómetros de altura, y una
temperatura de -63º C. La casi totalidad de la superficie marciana
se asemeja a nuestros más desoladores desiertos, con tormentas de
polvo que pueden cubrir al planeta durante meses, con cañones de 7
km de profundidad (el Cañón del Colorado tiene 2.7 km), montañas
de 24 km de altura (tres veces el Monte Everest), y una
«Antártida» y «Antártica» locales de hielo de CO2. En «días
claros», las imágenes que proporcionan las misiones espaciales
muestran un planeta cuya superficie se asemeja aún más a la
terrestre, con torrenteras probablemente causadas por flujos
masivos de agua de hace millones de años. Si esto fue así, quizá
Marte reunió las condiciones idóneas para albergar alguna forma de
vida en tiempos primitivos.
Los Gigantes Gaseosos se caracterizan por tener una
densidad media baja y una atmósfera de hidrógeno-helio muy densa,
probablemente capturada de la nebulosa solar durante su formación.
De hecho, la composición de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se
parece a la del Sol, ligeramente enriquecida en elementos pesados
(nitrógeno, carbono, fósforo, azufre...). Estos planetas carecen
de una superficie sólida, aunque muy probablemente contienen un
núcleo sólido de silicatos y hierro de unas diez veces la
masa terrestre. Sus atmósferas presentan bandas de diferentes
«colores», originadas por las capas de nubes a diferentes alturas
y de diferente composición que reflejan la luz solar y se ven
afectadas por ciclones y anticiclones : algunas son tan
estables que han permanecido durante decenas y centenares de años
(la gran mancha roja de Júpiter es una de ellas), otras se
desplazan de sur a norte sin perder su forma (la mancha
oscura de Neptuno), o se engullen unas a otras, desparecen y
renacen.
Cada planeta joviano posee un sistema de anillos: Júpiter
posee solo uno; Saturno muestra un maravilloso cinturón compuesto
por miles de anillos individuales; a Urano le rodean cinco
finísimos anillos, mientras que el sistema de Neptuno destaca por
su irregularidad, incluso con vacíos a lo largo de él.
Plutón y su satélite Caronte, de tamaños muy similares,
constituyen un sistema binario, es decir, una pareja cuyos
elementos no podrían sobrevivir por separado. Ligados
dinámicamente, se muestran siempre la misma cara, lo que los
mantiene estables en la frontera del Sistema Solar. Son cuerpos
rocosos helados, con hielos de agua, nitrógeno, metano y monóxido
de carbono en sus superficies, que comparten las características
comunes a los planetas terrestres pero en los confines del Sistema
Solar externo.
La pregunta inevitable
¿Constituye el Sistema Solar una singularidad en el Universo
observable? Parece que no. Los grandes avances telescópicos
permiten el descubrimiento de planetas (todavía Gigantes Gaseosos)
alrededor de otras estrellas a un ritmo vertiginoso. Los 87
sistemas descubiertos, entre los que once son múltiples - estrella
y más de un planeta- albergan un total de 101 planetas. Pero
la similitud se extiende más allá, ya que las observaciones del
Telescopio Espacial Hubble han desvelado, alrededor de muchas
estrellas (como Beta Pictoris), un disco de material opaco
(¿polvo?, ¿planetesimales?, ¿asteroides?) muy similar a la visión
que nos ofrecería nuestro Sistema Solar visto desde Beta
Pictoris.


La nebulosa solar, la nube de polvo y gas a partir de la que se
formó el sistema de planetas, presentaba, casi con total certeza,
una elevada variación de temperatura y era más fría a mayor
distancia del centro. La huella de este cambio de temperatura se
puede ver en la composición de los planetas y de sus satélites.
Incluso, parte de esta variación se ha conservado en el cinturón
de asteroides, entre Marte y Júpiter.
Izquierda: disco protoplanetario, embrión de un posible sistema
solar. Créditos: ESO.
Centro y Derecha: Marte, planeta de carácter sólido, y Neptuno, un
gigante gaseoso. Créditos: NASA.
Otras «lunas»

Aunque la Tierra cuenta con la Luna y Marte con sus dos satélites,
los planetas jovianos ostentan el récord en variedad de satélites.
Júpiter tiene, «por ahora», 32 satélites. Quizás el más
atractivo, pero también el más terrorífico, es Io, donde las
explosiones volcánicas de azufre han conformado una superficie muy
rica en sales con colores que van desde el verdoso hasta el rojo;
o Europa que, bajo su rejuvenecida superficie, puede ocultar un
océano de agua líquida con sales disueltas. Se han encontrado 37
satélites alrededor de Saturno, entre los que destaca Titán, el
único satélite del Sistema Solar con una atmósfera densa de
nitrógeno, metano e hidrógeno, digna de ser llamada así. Urano
cuenta con cinco cuerpos catalogables como satélites, cuya
variedad sugiere que en algún momento de su historia se rompieron
y posteriormente acumularon masa para formar Miranda u otros
especialmente amorfos. Neptuno también posee un elemento singular:
Tritón, con géiseres de nitrógeno y metano, una superficie en
continuo procesamiento, y con una órbita retrógrada que indica que
fue capturado por el planeta y que terminará por caer sobre
él.
El planeta que no fue

Entre Marte y Júpiter nos encontramos con un embrión de planeta
conocido como el Cinturón de Asteroides. Los cuerpos, o planetas
menores, que contiene, se pueden considerar similares a los
bloques (o planetesimales) que se unieron para formar los planetas
terrestres, pero a los que la cercanía de un planeta gigante,
Júpiter, les impidió unirse para formar un planeta más. Son
muy diversos en composición (olivino, silicatos anhídricos,
arcillas, piroxenos de magnesio, feldespatos, etc ), forma
(elongada, deformada y accidentada por impactos, generalmente) y
tamaño (desde centenares de metros hasta los 960 km de diámetro de
Ceres), y algunos incluso poseen satélites (como Ida y su satélite
Dactilo).
Estrellas con cabellera

Cometa Hale-Bopp. Créditos: Jochen Rink, Canadá
Este escenario de Sol y planetas recibe a veces la visita de un
cometa, que despliega una enorme belleza en el cielo nocturno. La
estructura interna de un cometa, es decir, su núcleo, no se conoce
con absoluta certeza: puede tratarse de una mezcla de hielo y
material rocoso (silicatos y olivinos) que se mantiene estable a
grandes distancias del Sol, pero que, a medida que se acerca a
éste, se calienta, el hielo se evapora y arrastra parte de ese
material sólido y, en algunos casos, produce la ruptura del
núcleo. Así nace la maravillosa «estrella con cabellera»
(significado griego de cometa), aunque en realidad se trata de una
nube de gas con dos o tres colas: la de polvo que se hace visible
al reflejar la luz del Sol, la de gas ionizado y arrastrado por la
radiación y el viento solar, y otra de sodio que procede de la
evaporación parcial de los granos de polvo. Todas estas colas
tienen una dirección antisolar.
A diferencia del Sol, los planetas y asteroides, que comparten
aproximadamente un mismo plano (el de la eclíptica), los cometas
vienen «de todas direcciones». Sus órbitas indican que existen dos
reservas de éstos: un disco plano -aproximadamente también en la
eclíptica- llamado cinturón de Edgeworth-Kuiper, que se localiza
más allá de la órbita de Neptuno -a una distancia de entre 30 y
100 Unidades Astronómicas (UA)- y una burbuja que abarca todo el
Sistema Solar (con una anchura de 10000 a 20000 UA) conocida como
Nube de Oort. Los cometas y objetos del cinturón de
Edgeworth-Kuiper, al encontrarse muy lejos del Sol casi toda su
vida, no han sufrido cambios, ni físicos ni químicos, y albergan
pistas sobre nuestros orígenes.

Cometa Hyakutake. Créditos: Herman Mikuz, Eslovenia.
Investigamos los campos magnéticos solares.
Investigamos de forma teórica y observacional las atmósferas de
los planetas -incluida la Tierra- y satélites del Sistema Solar
para desarrollar modelos que nos proporcionen datos sobre su
composición, temperatura, presencia de nubes, etc., y que
sirvan de apoyo científico a misiones espaciales como
Cassini-Huygens, en ruta hacia Saturno; TIMED (de la NASA) y
ENVISAT (Agencia Espacial Europea, ESA) alrededor de la Tierra; y
Mars Express, que emprenderá viaje a Marte en Junio del 2003.
Efectuamos observaciones telescópicas de los Cuerpos Menores
(asteroides, cometas,) cuyo estudio detallado nos está
desvelando características primitivas del Sistema Solar.
Esta investigación es de crucial importancia para interpretar los
datos sobre un cometa y dos asteroides que la Misión Rosetta nos
proporcionará entre el 2006 y el 2013.
Se analizan las oscilaciones estelares, así como la
detección del paso de planetas extrasolares frente al disco
estelar. Todo ello como preparación para la Misión COROT, un
satélite diseñado para medir las pulsaciones de las
estrellas (astrosismología) y el primero que puede encontrar
planetas de tamaño parecido al de la Tierra girando alrededor
otras estrellas. Lo que no sabemos... Existe o ha
existido agua en otros cuerpos del Sistema Solar? Se busca tanto
agua como trazas biológicas en Marte y Europa.