Contaminantes
Orgánicos Persistentes
Por José Santamarta
Director de World Watch
La mayoría de los COP son compuestos organoclorados. La química
del cloro produce más de 11.000 compuestos organoclorados, la
mayoría dañinos para las personas, los animales y el medio
ambiente en general. Fue un error del desarrollo industrial, hoy
con sus días contados. Los Contaminantes Orgánicos Persistentes
(COP), POPs en inglés, son sustancias químicas extraordinariamente
tóxicas y duraderas. Las emisiones actuales causarán cáncer y
alteraciones hormonales en los próximos 1.000 años. Es necesario y
posible dejar de producir este tipo de sustancias.
Entre los COP están las dioxinas y furanos, el DDT y numerosos
plaguicidas y sustancias químicas de uso corriente.
Los COP son sustancias tóxicas y persistentes, conocidas como COP,
siglas de los contaminantes orgánicos persistentes. La definición
plena de un COP, sin embargo, es algo más compleja de lo que la
sigla implica. Además de ser persistente (es decir, no se
descompone rápidamente), orgánico (con una estructura molecular
basada en el carbono) y contaminante (en el sentido de ser muy
tóxico), los COP tienen otras dos propiedades. Son solubles en
grasas y por consiguiente se acumulan en los tejidos vivos; y
pueden viajar grandes distancias. Estas cinco propiedades juntas
los hacen muy peligrosos. La aleatoriedad aparente de la amenaza
se agrava por el hecho de que la lesión a menudo tarda en aparecer
o es indirecta. Los productos químicos sumamente tóxicos pueden
esperar su tiempo, envenenando a sus víctimas de maneras tales que
son muy difíciles de ver.
El benceno, por ejemplo, es un disolvente común. Es un ingrediente
en algunas pinturas, en productos de desengrasado, gasolinas, y en
varios otros contaminantes industriales y comerciales. Es
cancerígeno, y afecta a los descendientes de las personas
contaminadas, incluso a los hombres, pues la exposición fetal no
es la única manera en la que el benceno puede envenenar a los
niños; también puede afectar a los cromosomas y dañar los genes
que su hijo heredará. El benceno puede dañar sin tocar
directamente al niño. Los COP son también potentes venenos
ecológicos. Y al igual que en el cuerpo humano, sus efectos
ecológicos a menudo siguen caminos tortuosos. En Estados Unidos en
los años sesenta, por ejemplo, los biólogos empezaron a encontrar
evidencias de que el plaguicida DDT (diclorodifeniltricloroetano)
y otros productos químicos similares eran peligrosos. Pero la
evidencia no provino de los organismos que habían absorbido el
plaguicida directamente. Vino de las águilas y halcones que
estaban sufriendo fracasos reproductivos generalizados Aunque los
COP son tóxicos por definición, sus efectos en la salud y los
impactos ambientales a largo plazo en gran parte se desconocen.
Más complejo aún que el análisis de un COP individual, es la
necesidad de entender qué tipos de interacciones sinérgicas se
producen por la exposición a varios COP o a COP junto con otros
productos químicos. La contaminación múltiple es la regla, en
lugar de la excepción, pero realmente no se conocen sus efectos.
Lo que sabemos es que la mayoría de los organismos vivientes están
expuestos a una difusa mezcla de COP. Y eso nos afecta a todos
nosotros. Independientemente de donde vivamos, probablemente
estaremos contaminados por ciertas cantidades de COP. Están en los
alimentos y en el agua; probablemente también en el aire que
respiramos; probablemente de vez en cuando entre en contacto con
nuestra piel si, por ejemplo, manipulamos pinturas, disolventes o
combustibles. Actualmente, 140 países están negociando un tratado
para eliminar 12 COP específicos. Esta "docena sucia" comprende
nueve plaguicidas, un grupo de contaminantes industriales
conocidos como bifenilos policlorados (PCBs), y dos tipos de
subproductos industriales, las dioxinas y furanos.
El tratado se llama el "Instrumento Legalmente Vinculante para
Llevar a cabo la Acción Internacional en Ciertos Contaminantes
Orgánicos Persistentes" y como su nombre sugiere, es un esfuerzo
laudable pero tímido. Sus partidarios esperan que servirá en el
futuro como un mecanismo para eliminar a docenas de otros COP.
Pero al menos en su forma actual, no afronta el problema
fundamental. Si queremos reducir los riesgos del inmenso y
creciente número de productos químicos sintéticos que están
soltándose en el ambiente, tendremos que repensar algunas de las
nociones básicas del Aunque se desconoce si muchos de los
organoclorados son peligrosos, un número sustancial de ellos
presentan grandes riesgos. En gran parte, esos riesgos son el
resultado de tres características comunes. Los organoclorados son
muy estables, y de ahí el atractivo de su fabricación, pero es por
esto por lo que también no nos libramos de ellos fácilmente.
Tienden a ser solubles en las grasas, lo que significa que se
bioacumulan. Y muchos tienen una toxicidad crónica, lo que
significa que aunque la exposición a corto plazo frecuentemente no
sea peligrosa, a largo plazo si lo es. (Las razones para la
toxicidad varían.
Algunos organoclorados pueden "imitar" a sustancias químicas
naturales como las hormonas y pueden perturbar los procesos
químicos de los organismos vivos; unos debilitan el sistema
inmunológico; otros afectan al desarrollo de los órganos, y muchos
promueven el cáncer, y así sucesivamente.) Estabilidad,
solubilidad en grasas y toxicidad crónica: lo mismo que los COP.
Ciertamente no es necesario que un producto tenga cloro para que
sea un COP. Entre los COP sin cloro hay varios organometales
(usados, por ejemplo, en pinturas de barcos) y organobromuros
(usados como plaguicidas y como aislantes líquidos en equipos
eléctricos). Pero la mayoría de los COP conocidos, incluidos la
"docena sucia", son organoclorados. Los plaguicidas organoclorados
son los COP más notorios. No es sorprendente que los plaguicidas
sean de los productos químicos más peligrosos, pues han sido
diseñados para ser tóxicos y se producen en cantidades enormes.
Desde 1945, la producción global de plaguicidas se ha multiplicado
por 26, de 0,1 millones de toneladas a 2,7 millones, aunque el
crecimiento se ha ralentizado en los últimos 15 años, ya que los
efectos en la salud y las preocupaciones ambientales han inspirado
un número creciente de prohibiciones, principalmente en los países
industrializados. Estas restricciones han reducido la cantidad
total de plaguicidas usadas en los países industrializados, pero
la toxicidad de éstos sigue creciendo. Las formulaciones actuales
de los plaguicidas son de 10 a 100 veces más tóxicas que en 1975.
Hoy los fabricantes de plaguicidas quieren que sus productos
tengan una toxicidad aguda alta y una toxicidad crónica baja.
Buscan contaminantes que maten rápidamente pero que no permanezcan
en el campo indefinidamente, como los organoclorados, que con sus
toxicidades crónicas sustanciales, ya no tienen el atractivo
universal de antes. Los más nuevos plaguicidas es probable que no
contengan cloro. Eso es evidentemente bueno, pero no lo bastante,
por dos razones: los plaguicidas que no son organoclorados a veces
también resultan ser COP, y casi todos los productos viejos
todavía están con nosotros. Persisten en el ambiente y la mayoría
todavía se usan en los países en desarrollo. Una serie más oscura
de COP son una familia de organoclorados que se han usado como
aislantes líquidos en los equipos eléctricos, como fluidos
hidráulicos, y como aditivos en plásticos, pinturas e incluso en
papel de calco sin carbón. Éstos son los bifenilos policlorados, o
PCBs. Durante décadas, la estabilidad extrema, la baja
inflamabilidad y la baja conductividad de los PCBs les hizo el
aislante líquido normal en los transformadores, y dado que éstos
son un componente esencial de las redes de distribución de
electricidad, la contaminación de PCBs es omnipresente. En los
países industrializados, se fabricaron PCBs entre los años veinte
y finales de los setenta; todavía se fabrican en Rusia y aún se
usan en muchos países en desarrollo. Los científicos estiman que
el 70 por ciento de todos los PCBs fabricados todavía están en uso
o en el medio ambiente, a menudo en los vertederos donde
gradualmente van contaminando los acuíferos.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA)
recientemente publicó una guía para ayudar a los funcionarios de
los países en desarrollo a identificar los PCBs. Pero dados sus
usos múltiples y los más de 90 nombres comerciales, sólo
encontrarlos es una tarea ingente, y no digamos eliminarlos. Pero
la mayoría de los COP no se producen intencionadamente, sino que
son subproductos, como las dioxinas y furanos, dos clases de COP
que son resultado principalmente de la producción de
organoclorados, el blanqueo de las pastas papeleras y la
incineración de residuos sólidos urbanos. Un inventario de
emisiones de 1995 realizado por el PNUMA en 15 países contabilizó
unos 7.000 kilogramos de dioxinas y furanos emitidos por las
incineradoras, que representaban el 69 por ciento de los emisiones
totales de esas sustancias en estos países. (Siete mil kilogramos
puede parecer poco, pero téngase en cuenta que estas sustancias
sumamente tóxicas se producen en cantidades ínfimas.) Se conocen
210 dioxinas y furanos. Y entre los subproductos de la producción
y uso de organoclorados, es probable que queden miles de COP por
descubrir.
Cloro
La química del cloro es la causa de muchos de los problemas
ambientales. Gases que contienen cloro, como los
clorofluorocarbonos (CFCs) y los HCFCs, destruyen el ozono
estratosférico y son potentes gases de invernadero, plaguicidas
organoclorados como el DDT (diclorodifeniltricloroetano) dañan la
capacidad reproductiva de numerosas aves, los PCBs
(policlorobifenilos) afectan a todo tipo de peces y mamíferos
marinos, el pentaclorofenol (PCP) provoca la atrofia de la médula
ósea, cirrosis hepática y desórdenes nerviosos, las dioxinas
causaron en 1976 la catástrofe de Seveso (escape de 34 a 126 kilos
de dioxinas en la planta de Hoffman La Roche), y los efectos
tóxicos del agente naranja usado en la guerra de Vietnam persisten
y siguen matando 25 años después de haber terminado la guerra.
Según la OMS cada año hay de 30.000 a 40.000 muertos por
intoxicación de plaguicidas, organoclorados y organofosforados en
gran parte, y medio millón de personas sufren envenenamiento por
ingestión o inhalación. La producción de lindano ha dejado una
herencia de 185.000 toneladas de residuos en Vizcaya y Huesca.
Desde la Antártida al Polo Norte, desde el mar Báltico o el
Mediterráneo a la estratosfera (donde destruyen la capa de ozono),
ningún rincón del planeta se libra de la mortal presencia de los
más de 11.000 organoclorados que hoy se producen, compuestos que
prácticamente no existían hasta que en los últimos 80 años se creó
y se expandió una nueva industria, la química del cloro. El cloro
en la naturaleza está en forma de cloruros, retenido a través de
fuertes enlaces, y una vez libre, es extremadamente reactivo,
uniéndose a átomos de carbono, formando organoclorados, compuestos
inexistentes en la naturaleza, razón por la que los seres vivos no
son capaces de descomponerlos. Los organoclorados son sustancias
tóxicas, persistentes y bioacumulativas, y suponen un grave riesgo
para las personas y para el medio ambiente. Los organoclorados
permanecen en el medio decenas de años, algunos durante cientos de
años, y como son muy estables y no se disuelven en el agua, acaban
por entrar en la cadena trófica, depositándose en los tejidos
grasos de los seres vivos.
El cloro, y los organoclorados en general, se emplean en
disolventes, plásticos como el PVC, plaguicidas y herbicidas como
el DDT, refrigerantes (CFCs), blanqueo del papel y los textiles y
tratamiento de aguas. La industria del cloro es la causa de la
formación de las tóxicas dioxinas, que son los agentes
cancerígenos y teratógenos más potentes, con una toxicidad tal,
que ha sido imposible establecer un nivel mínimo de exposición, al
ser tóxicas a cantidades increíblemente bajas. El término dioxina
se refiere a una familia de 75 compuestos químicos, cuya toxicidad
está determinada por la cantidad y la posición del cloro; la 2378-
tetraclorodibenceno-p-dioxina (TCDD) es el compuesto químico más
tóxico de cuantos han sido sintetizados por el hombre. Las
dioxinas son tan tóxicas debido a que actúan como si fueran
hormonas naturales, sustancias muy potentes en pequeñísimas
cantidades, pues excitan, inhiben o regulan la actividad de otros
órganos, pero a diferencia de las hormonas, la actividad de las
dioxinas continúa indefinidamente durante años y años. Las
dioxinas actúan dentro de las células de nuestro organismo.
El cloro es un gas amarillo verdoso, altamente tóxico, de olor
penetrante y es más pesado que el aire, por lo que se acumula a
nivel del suelo. Descubierto por Carl Wilhelm Scheele en 1774, en
1868 se inició la fabricación industrial de cloro a través del
proceso ideado por Henry Deacon, en 1874 fue descubierto el DDT
(redescubierto por el suizo Paul Müller en 1939, por lo que
recibió el Nobel de 1948), en 1913 se patenta el PVC, aunque el
mundo entró en la era del cloro el 22 de abril de 1915, cuando las
tropas alemanas utilizaron el gas cloro contra británicos y
franceses en Ypres, Bélgica (la patria de Solvay), causando 5.000
bajas y 15.000 intoxicaciones. En varios países y en numerosas
ciudades crecen las iniciativas para eliminar el PVC. El PVC tarde
o temprano será prohibido, al igual que lo fue el DDT, o más
recientemente los CFC. El septiembre de 1994 la EPA de Estados
Unidos hizo público, después de tres años y medio de
investigaciones, un informe de cerca de 2.000 páginas donde se
demuestra que las dioxinas pueden provocar cáncer y dañar los
sistemas inmunológicos y reproductivos de las personas.
El actual informe de la EPA es una ampliación solicitada por la
propia industria del cloro, que en 1985 se vio desagradablemente
sorprendida por otro informe de la EPA sobre los posibles riesgos
cancerígenos de las dioxinas. La incineración de plásticos como el
PVC produce dioxinas y furanos, y el PVC está presente en todo
tipo de residuos, ya sean industriales o domésticos. Solvay, ICI y
Clorox dedican muchos millones de dólares a convencer a la opinión
pública y a las administraciones de la bondad del cloro y del PVC.
Uno de los objetivos de las campañas de imagen es desacreditar a
Greenpeace y a otras organizaciones ecologistas por su oposición
al PVC y al cloro en general. Hace más de tres décadas, en 1962,
Rachel Carlson ya había demostrado los daños que pueden causar los
insecticidas organoclorados como el DDT, y desde entonces
numerosos investigadores han documentado los riesgos de los
compuestos organoclorados bioacumulativos en los seres humanos y
en la vida salvaje en general. La Administración española esperó
hasta el 17 de febrero de 1994 para prohibir los plaguicidas con
cloro, como el DDT, el aldrín, dieldrín, clordano, HCH, heptacloro
o el hexaclorobenceno. Aún hoy el lindano se vende libremente en
las farmacias españolas para combatir los piojos del cabello de
los niños, y se utiliza en Murcia y otras zonas agrícolas.
Cloro-sosa
El cloro no se encuentra libre en la naturaleza, pero combinado en
forma de cloruros, es un elemento abundante y frecuente, retenido
a través de fuertes enlaces. La industria extrae el cloro de la
sal común (cloruro sódico, NaCl), al mismo tiempo que la sosa
cáustica (hidróxido de sodio) por electrólisis; el agua del mar
posee hasta un 3,5% de cloruro sódico. Tres son las tecnologías
empleadas para fabricar cloro-sosa: la de celdas de mercurio,
celdas de membranas y celdas de diafragmas. Las celdas de mercurio
plantean el grave problema de los arrastres de mercurio por las
corrientes de hidrógeno, cloro, sosa, salmuera, fangos y aguas
residuales.
En las plantas con celdas de mercurio se pueden sustituir éstas
por las de membranas, con la ventaja de no utilizar mercurio. La
media mundial de emisiones, según el Banco Mundial, es de 7,5
gramos de mercurio por cada tonelada de cloro, cifra que otras
fuentes elevan hasta 20 gramos. La producción mundial de cloro
asciende a unos 40 millones de toneladas; EE UU, con el 29,2%, es
el mayor productor. Japón produce el 9%, Europa el 43,4%, Canadá
el 4,1%, América Latina el 5%, África el 1% y el 8,3% corresponde
a los países de Asia, exceptuando Japón. Las principales
multinacionales productoras de cloro en Europa son Solvay, ICI,
Dow Benelux, Enimont, Atochem, Bayer, Hoechst, Akzo y Basf. El 40%
del cloro en Europa va destinado a la producción de PVC, el 26% a
la fabricación de plaguicidas, el 10% a disolventes
(tetracloroetileno, cloruro de metilo y percloroetileno, entre
otros), el 6% para blanquear papel y textiles y el resto a otros
usos, como tratamiento de aguas (del 2,5 al 5%) y materias primas
para la industria química. La reducción del consumo de cloro para
la producción de CFCs, plaguicidas, PCBs y otros productos ya
prohibidos, es una de las causas que explica el bajo precio del
PVC, al haberse convertido éste en un auténtico sumidero para los
productores de cloro-sosa; la solución más racional sería producir
la sosa por otros medios que no requieran la producción simultánea
de cloro (la tecnología existe), y dejar de producir cloro. En
España la cifra máxima de producción de cloro se alcanzó en 1989,
con 646.210 toneladas. En 1995 se produjeron 582.037 toneladas de
cloro, y el consumo aparente ascendió a 580.795 toneladas.
Hay siete empresas fabricantes. El mayor productor es la
multinacional belga Solvay con una capacidad de producción de
230.000 toneladas repartidas entre las factorías de Torrelavega
(Santander) y Martorell (Barcelona). El segundo productor es
Energía e Industrias Aragonesas, con una factoría en Palos de la
Frontera (Huelva) y el tercero es ERCROS con una planta en Flix
(Tarragona) con capacidad para 120.000 toneladas. ELNOSA tiene una
planta capaz de producir 30.000 toneladas anuales en Lourizán
(Pontevedra), Electroquímica Andaluza tiene una capacidad de
24.000 toneladas repartidas entre Vilaseca (Tarragona), Ubeda
(Jaén) y Sabiñánigo (Huesca) y Electroquímica de Hernani una
capacidad de 10.000 toneladas en Hernani (Guipúzcoa). Del 1 al 5
por ciento del cloro, según países, es utilizado para potabilizar
el agua, siendo éste uno de los pocos usos admisibles del cloro,
aunque existen alternativas. Entre las ciudades europeas que ya no
usan cloro para tratar el agua están Amsterdam, Paris, Berlín y
Munich. La desinfección del agua puede realizarse utilizando
ozono, la radiación ultravioleta combinada con agua oxigenada, y
en general con la prevención y eliminación de la contaminación del
agua.
Blanqueo del papel
El blanqueo del papel y los textiles puede ser realizado sin el
empleo de cloro. Hacen falta de 30 a 80 kilogramos de cloro para
fabricar una tonelada de pasta kraft. Un 10% del cloro empleado en
el blanqueo termina reaccionando con las moléculas orgánicas de la
madera, formando organoclorados, para pasar a los vertidos de la
fábrica. Las fábricas españolas emiten de 3 a 8 kilogramos de AOX
(Halógenos Orgánicos Absorbibles) por cada tonelada blanqueada.
Los AOX miden la cantidad de los organoclorados presentes en los
vertidos finales, pero no su peligrosidad; en el proceso de
blanqueo se llegan a formar hasta 1.000 compuestos organoclorados,
aunque sólo han podido ser identificados unos 300. Entre las
alternativas propuestas y desarrolladas al blanqueo con cloro está
la deslignificación con oxígeno, el empleo del agua oxigenada
(peróxido de hidrógeno) o de enzimas naturales y biodegradables.
Igualmente existen alternativas a los plaguicidas clorados
(rotación de cultivos, control biológico de las plagas,
plaguicidas naturales) y a los disolventes clorados (métodos
mecánicos, agua, disolventes naturales). El disolvente
percloroetileno, empleado para la limpieza en seco (dry cleaning),
es cancerígeno, y su uso debe ser evitado a toda costa. Las
pastillas para desinfectar el inodoro contaminan de una manera
innecesaria e irresponsable con organoclorados las aguas
residuales.
Policloruro de vinilo
Al reducirse el consumo de cloro para la producción de productos
peligrosos como el DDT, el lindano, los PCBs y los CFCs que
destruyen la capa de ozono, el PVC se convirtió en el sumidero
para los excedentes de cloro. El precio del cloro bajó un 35%
desde 1986, debido a la reducción de la demanda de cloro. Es
significativo que las mismas empresas productoras de cloro, como
Solvay o Atochen, sean las productoras de PVC; a medida que se
cierran mercados para el cloro, más interés tienen en encontrarle
nuevos mercados al PVC. Hoy el PVC consume ya el 40% del cloro
producido en Europa. Igualmente asistimos a un proceso de
deslocalización de la fabricación de los productos más tóxicos,
como el dicloroetano de etileno (EDC) y el monómero de cloruro de
vinilo (VCM), materias primas del PVC, hacia países como Brasil,
México y Venezuela, y en los últimos años hacia los países de
Europa del Este. El transporte de cloro desde 1980 ha causado la
muerte de un centenar de personas, decenas de miles de heridos y
centenares de miles de personas evacuadas. El PVC no se biodegrada
y su reciclaje es un mito sin base real, por la gran variedad de
productos con muchos aditivos diferentes, algunos muy tóxicos,
aunque se reciclan algunas cantidades ridículas y a un coste
prohibitivo sólo por razones de imagen; la industria pretende
crear la imagen de un material ecológico y que puede ser
reciclado. Los aditivos pueden suponer más del 50% del peso final,
y algunos son extremadamente tóxicos, como el cadmio y otros
metales pesados.
El plástico de PVC utilizado para envolver los alimentos, puede
llegar a contaminarlos, por la migración del plastificador
dioctiladipato (DOA). También las botellas de PVC de agua mineral
pueden presentar problemas, sobre todo si han estado abiertas y en
contacto con la radiación solar, y además los microbios pueden
reproducirse mejor y más rápidamente que en los envases de vidrio.
En caso de incendio, el PVC es un material extremadamente
peligroso, pues el humo contiene cloruro de hidrógeno, productos
organoclorados, furanos y dioxinas.
Los juguetes de PVC no son nada recomendables para los niños,
debido a los peligros de los plastificadores, como el
Di-2-etilhexilftalato (DEHP). El 14% de los 1,6 millones de
toneladas de plásticos que van a la basura son incinerados. Una
parte de los plásticos que van a la basura son PVC, en torno a las
290.000 toneladas anuales, y cerca de 50.000 toneladas de PVC son
incineradas ya en España. Especialmente grave es la incineración
de productos con PVC en los hospitales. La incineración de un
kilogramo de PVC produce hasta 50 microgramos de dioxinas,
cantidad capaz de provocar cáncer a 50.000 animales de
laboratorio.
La incineración del PVC forma cloruro de hidrógeno, sustancia
venenosa y corrosiva, de difícil y costosa eliminación, y al final
siempre quedan las cenizas con metales pesados y otros aditivos,
cenizas que deben ir a parar a vertederos especiales para residuos
tóxicos y peligrosos. La producción mundial de PVC es de unos 20
millones de toneladas. En Europa el 8% del PVC se consume en
botellas de aceite y agua mineral, el 17,4% en film y láminas, el
27,8% en tubería, el 21% en perfiles y mangueras, el 8,4% en
cables, el 5,1% en suelos, el 4,1% en recubrimientos, el 0,3% en
discos y el 7,9% en otros usos. En España en 1995 el consumo fue
de 421.485 toneladas. Las empresas fabricantes son tres: Hispavic
Industrial (filial de Solvay) con una factoría con capacidad para
producir 130.000 toneladas en Martorell (Barcelona), Elf Atochem
con una planta de 75.000 t en Miranda de Ebro (Burgos) y otra de
25.000 t en Hernani (Guipúzcoa) y Aiscondel con 145.000 t de
capacidad y dos plantas, una en Monzón (Huesca) y la otra en
Vilaseca (Tarragona).
La totalidad de los usos del PVC son fácilmente sustituibles por
otros productos y materiales, como vidrio, caucho, metal, madera u
otros plásticos menos tóxicos, como el PET
(Polietilentereftalato), el polipropileno o el polietileno. El PVC
pasará a la triste historia junto al DDT, el PCB, el PCT y los
CFCs. El debate sobre los disruptores endocrinos y los
contaminantes orgánicos persistentes deberían servir para avanzar
hacia una producción industrial limpia, en la que el cloro no
tiene lugar.
Disruptores endocrinos
Un gran número de sustancias químicas artificiales que se han
vertido al medio ambiente, así como algunas naturales, tienen
potencial para perturbar el sistema endocrino de los animales,
incluidos los seres humanos. Entre ellas se encuentran las
sustancias persistentes, bioacumulativas y organohalógenas que
incluyen algunos plaguicidas (fungicidas, herbicidas e
insecticidas) y las sustancias químicas industriales, otros
productos sintéticos y algunos metales pesados. Muchas poblaciones
animales han sido afectadas ya por estas sustancias. Entre las
repercusiones figuran la disfunción tiroidea en aves y peces; la
disminución de la fertilidad en aves, peces, crustáceos y
mamíferos; la disminución del éxito de la incubación en aves,
peces y tortugas; graves deformidades de nacimiento en aves, peces
y tortugas; anormalidades metabólicas en aves, peces y mamíferos;
anormalidades de comportamiento en aves; demasculinización y
feminización de peces, aves y mamíferos machos; defeminización y
masculinización de peces y aves hembras; y peligro para los
sistemas inmunitarios en aves y mamíferos.
Los disruptores endocrinos interfieren en el funcionamiento del
sistema hormonal mediante alguno de estos tres mecanismos:
suplantando a las hormonas naturales, bloqueando su acción o
aumentando o disminuyendo sus niveles. Las sustancias químicas
disruptoras endocrinas no son venenos clásicos ni carcinógenos
típicos. Se atienen a reglas diferentes. Algunas sustancias
químicas hormonalmente activas apenas parecen plantear riesgos de
cáncer.
En los niveles que se encuentran normalmente en el entorno, las
sustancias químicas disruptoras hormonales no matan células ni
atacan el ADN. Su objetivo son las hormonas, los mensajeros
químicos que se mueven constantemente dentro de la red de
comunicaciones del cuerpo. Las sustancias químicas sintéticas
hormonalmente activas son delincuentes de la autopista de la
información biológica que sabotean comunicaciones vitales. Atracan
a los mensajeros o los suplantan. Cambian de lugar las señales.
Revuelven los mensajes. Siembran desinformación. Causan toda clase
de estragos. Dado que los mensajes hormonales organizan muchos
aspectos decisivos del desarrollo, desde la diferenciación sexual
hasta la organización del cerebro, las sustancias químicas
disruptoras hormonales representan un especial peligro antes del
nacimiento y en las primeras etapas de la vida. Los disruptores
endocrinos pueden poner en peligro la supervivencia de especies
enteras, quizá a largo plazo incluso la especie humana.
La especie humana carece de experiencia evolutiva con estos
compuestos sintéticos. Estos imitadores artificiales de los
estrógenos difieren en aspectos fundamentales de los estrógenos
vegetales. Nuestro organismo es capaz de descomponer y excretar
los imitadores naturales de los estrógenos, pero muchos de los
compuestos artificiales resisten los procesos normales de
descomposición y se acumulan en el cuerpo, sometiendo a humanos y
animales a una exposición de bajo nivel pero de larga duración.
Esta pauta de exposición crónica a sustancias hormonales no tiene
precedentes en nuestra historia evolutiva, y para adaptarse a este
nuevo peligro harían falta milenios, no décadas.
La mayoría de nosotros portamos varios centenares de sustancias
químicas persistentes en nuestro cuerpo, entre ellas muchas que
han sido identificadas como disruptores endocrinos. Por otra
parte, las portamos en concentraciones que multiplican por varios
millares los niveles naturales de los estrógenos libres, es decir,
estrógenos que no están enlazados por proteínas sanguíneas y son,
por tanto, biológicamente activos.
Se ha descubierto que cantidades insignificantes de estrógeno
libre pueden alterar el curso del desarrollo en el útero; tan
insignificantes como una décima parte por billón. Las sustancias
químicas disruptoras endocrinas pueden actuar juntas y cantidades
pequeñas, aparentemente insignificantes, de sustancias químicas
individuales, pueden tener un importante efecto acumulativo. Causa
gran preocupación la creciente frecuencia de anormalidades
genitales en los niños, como testículos no descendidos
(criptorquidia), penes sumamente pequeños e hipospadias, un
defecto en el que la uretra que transporta la orina no se prolonga
hasta el final del pene.
En las zonas de cultivo intensivo en la provincia de Granada y
Almería, en donde se emplea el endosulfán y otros plaguicidas, se
han registrado unos 500 casos de criptorquidias. Algunos estudios
con animales indican que la exposición a sustancias químicas
hormonalmente activas en el periodo prenatal o en la edad adulta
aumenta la vulnerabilidad a cánceres sensibles a hormonas, como
los tumores malignos en mama, próstata, ovarios y útero.
Entre los efectos de los disruptores endocrinos está el aumento de
los casos de cáncer de testículo y de endometriosis. El signo más
espectacular y preocupante de que los disruptores endocrinos
pueden haberse cobrado ya un precio importante se encuentra en los
informes que indican que la cantidad y movilidad de los
espermatozoides de los varones ha caído en picado en el último
medio siglo. El estudio inicial, realizado por un equipo danés
encabezado por el doctor Niels Skakkebaek y publicado en 1992,
descubrió que la cantidad media de espermatozoides masculinos
había descendido un 45 por ciento, desde un promedio de 113
millones por mililitro de semen en 1940 a sólo 66 millones por
mililitro en 1990. Al mismo tiempo, el volumen del semen eyaculado
había descendido un 25 por ciento, por lo que el descenso real de
los espermatozoides equivalía a un 50 por ciento. El descenso
amenaza la capacidad fertilizadora masculina.
Una política adecuada para reducir la amenaza de las sustancias
químicas que alteran el sistema hormonal requiere la prohibición
inmediata de plaguicidas como el endosulfán y el metoxicloro,
fungicidas como la vinclozolina, herbicidas como la atrazina, los
alquilfenoles, los ftalatos y el bisfenol-A. Para evitar la
generación de dioxinas se requiere la eliminación progresiva del
PVC, el percloroetileno, todos los plaguicidas clorados, el
blanqueo de la pasta de papel con cloro y la incineración de
residuos. Entre las sustancias químicas de efectos disruptores
sobre el sistema endocrino figuran:
*las dioxinas y furanos, que se generan en la producción de cloro
y compuestos clorados, como el PVC o los plaguicidas
organoclorados, el blanqueo con cloro de la pasta de papel y la
incineración de residuos.
*los PCBs, actualmente prohibidos. Las concentraciones en tejidos
humanos han permanecido constantes en los últimos años aun cuando
la mayoría de los países industrializados pusieron fin a la
producción de PCBs hace más de una década.
*numerosos plaguicidas, algunos prohibidos y otros no, como el DDT
y sus productos de degradación, el lindano, el metoxicloro
(autorizado en España), piretroides sintéticos, herbicidas de
triazina, kepona, dieldrín, vinclozolina, dicofol y clordano,
entre otros. *el plaguicida endosulfán, de amplio uso en la
agricultura española y en Latinoamérica, a pesar de estar
prohibido en numerosos países.
*el HCB (hexaclorobenceno), empleado en síntesis orgánicas, como
fungicida para el tratamiento de semillas y como preservador de la
madera.
*los ftalatos, utilizados en la fabricación de PVC. El 95 por
ciento del DEHP (di(2etilexil)ftalato) se emplea en la fabricación
del PVC.
*los alquilfenoles, antioxidantes presentes en el poliestireno
modificado y en el PVC, y como productos de la degradación de los
detergentes. El p-nonilfenol pertenece a la familia de sustancias
químicas sintéticas llamadas alquilfenoles. Los fabricantes añaden
nonilfenoles al poliestireno y al cloruro de polivinilo (PVC),
como antioxidante para que estos plásticos sean más estables y
menos frágiles. Un estudio descubrió que la industria de
procesamiento y envasado de alimentos utilizaba PVC que contenían
alquilfenoles. Otro informaba del hallazgo de contaminación por
nonilfenol en agua que había pasado por cañerías de PVC. La
descomposición de sustancias químicas presentes en detergentes
industriales, plaguicidas y productos para el cuidado personal
pueden dar origen asimismo a nonilfenol.
*el bisfenol-A, de amplio uso en la industria agroalimentaria
(recubrimiento interior de los envases metálicos de estaño) y por
parte de los dentistas (empastes dentarios).
Referencias
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Traducción y edición en castellano por la Editorial Grijalbo.
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*Revista World Watch nº10.
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