¿ES
POSIBLE QUE EL CAPITALISMO Y EL MUNDO S0STENIBLE CONVIVAN EN EL FUTURO?
La transición ecológica podría significar un cambio de paradigma mucho más profundo del que, a
priori, podríamos imaginar.
El
reciclaje y la biodegradación son claves y en un punto crítico como el actual, suponen la
única alternativa para frenar el avance de la huella de carbono. De una forma generalizada, las
empresas han adquirido un compromiso tácito con la sostenibilidad y han implementado metodologías
y dinámicas de trabajo optimizadas
para
poder eliminar la basura. Además, encontramos proyectos sólidos y de alcance internacional
como el plan de acción
Contaminación Cero que tiene como objetivo principal insertar
la prevención de la contaminación en las políticas de la Unión Europea. Además, también aborda
otros retos como la minimización de desigualdades en lo que respecta a la exposición a la
contaminación o el fortalecimiento y perfeccionamiento de la aplicación de las políticas
ambientales.
No obstante, es inevitable que surjan preguntas clave sobre nuestro contexto actual y las
previsiones de un futuro, en muchos sentidos, incierto. Es innegable que la búsqueda de
alternativas sostenibles pone de relieve los escollos del sistema capitalista. Se estima que por
cada incremento del 10% del PIB global, el impacto medioambiental asciende en un 6%. Más
allá de ser un medio de vida, el capital también es un proceso que indefectiblemente se enmarca en
un contexto de explotación y apropiación de recursos naturales.
En realidad, el problema no es tanto que el capitalismo incremente las huellas de la
contaminación, ni siquiera el hecho de que tan sólo 100 oligopolios sean los responsables del 60%
de las emisiones que se generan en todo el planeta. El problema de fondo radica en que los
fundamentos del capitalismo se enmarcan en una dinámica expansiva, es decir, siguen una estructura
en espiral, lo cual significa que con el paso del tiempo, de no aplicar medidas correctivas, sus
efectos se tornarán más y más depredadores. La única forma de que el dinero logre revalorizarse
dentro del paradigma clásico es recurriendo a la apropiación de la naturaleza, y a la explotación
de sus recursos en un ciclo aparentemente imparable.
Aunque a menudo se tiende a hacer una distinción entre el capitalismo y la ecología y se entienden
como entes independientes, ambas dimensiones están íntimamente interconectadas. Según el
historiador medioambiental Jason Moore, el capitalismo es una haz de relaciones insertas en la
trama de la vida, que no son sostenibles ni armoniosas y que, además, tampoco pueden generar modos
de vida dignos para la mayoría social.
Encontramos un reflejo de ello en
las dificultades que se están viviendo en algunas zonas del mundo para
poder afrontar el proceso de descarbonización y electrificación en el sector del transporte. Más
allá de las políticas públicas o incentivos para adquirir vehículos eléctricos los condicionantes
siguen restringiendo el flujo de la transición. La ausencia de infraestructura pública para la
carga pública de vehículos o la falta de flotas institucionales y comerciales que configuran la
logística urbana y el sector público son algunos ejemplos. Éstos además se suman a situaciones
paradójicas como la convivencia de incentivos orientados a la implementación de vehículos
eléctricos con el subsidio al combustible fósil que, de acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional, sólo en América Latina y el Caribe se encuentra en 46.000 millones de dólares
anuales.
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