Bosques,
educación y belleza
Desde la educación ambiental, creemos que el trabajo por lograr
que cada ciudadano desarrolle un estilo de vida responsable, a
partir de una interiorización de valores, al tiempo que mantenga
una actitud crítica y comprometida frente al modelo social actual,
son los dos objetivos primordiales para los que se diseñan
diferentes estrategias. En la mayor parte de ellas, la naturaleza
ocupa un lugar preferente, y nuestra forma de abordarla engloba la
mayor cantidad de enfoques posibles –desde los científicos a los
artísticos- en línea con los planteamientos transversales
propuestos por la conferencia de Tblisi, que promovió UNESCO
en 1977.
Dr. Federico Velázquez de Castro González/ WASTE MAGAZINE
Tres serían las razones para realizar ente planteamiento
integrador. En primer lugar, porque la educación ambiental es
educación integral, es decir, que entiende a la persona en su
dimensión cognitiva, afectiva y experiencial, de manera que la
aproximación a una realidad debe realizarse desde estas tres
dimensiones. La segunda, para reducir el peso secular de las
ciencias naturales, ya que hablar de naturaleza o de bosques ha
sido tradicionalmente objeto de estudio de esta materia, relegando
a un segundo plano otras consideraciones, no menos importantes,
como la cultural, económica, social, estética, etc.
Finalmente, porque, puesto que el objetivo fundamental de la
educación ambiental es generar conciencia, ésta no siempre llega a
través de planteamientos estructurales y científicos, sino que
desde los sentimientos se pueden suscitar igualmente actitudes de
admiración y respeto, paso previo a la conservación y cuidado. Los
hermosos textos que escriben nuestros poetas, desde Pedro Salinas
a Muños Rojas, sobre los árboles o la naturaleza en general,
denotan una sensibilidad, que inmediatamente afirma el valor de lo
contemplado, y cuando apreciamos valor en algún objeto,
inmediatamente pasamos a convertirnos en sus principales
protectores.
Apliquemos todo lo anterior a los bosques. ¿Qué es lo que poseen
para que S. Bernardo de Chiaravell afirmara en su célebre máxima
que encontrarás más en los bosques que el los libros?
En nuestros cursos, cuando tratamos el tema de los bosques y sus
unidades, los árboles, solemos invitar a nuestros alumnos a
reflexionar sobre su presencia en la vida diaria con preguntas
como éstas:
¿Qué productos derivados de plantas llevas a la
escuela?
¿Qué productos derivados de plantas comes cada
día?
Cita el nombre de alguna tienda que no venda
plantas o productos derivados de plantas
Nombra algunas plantas con la que se haya
elaborado la ropa que habitualmente usas
Haz una lista de instrumentos musicales y cita
los que provengan de plantas
Escribe el nombre de aves e insectos que no
podrían vivir sin las plantas…
Y sobre todo, los alumnos más pequeños se sorprenden al comprobar
una dependencia tan estrecha. Mas, los bosques no son sólo
valiosos porque cubran nuestras necesidades. Son, por encima de
todo, una fuente de vida y un referente fundamental para el
planeta realizando la fotosíntesis, regulando la humedad y el
clima, impidiendo la erosión, contribuyendo a la absorción de
contaminantes y albergando importantes cotas de biodiversidad.
Todo ello nos recuerda que la Tierra no pertenece al hombre, sino
el hombre a la Tierra, de tal modo que no podemos destruir
inconscientemente los bosques sin considerar todos los efectos que
tal práctica podría acarrear y donde nosotros sufriríamos también
las consecuencias. La modificación de los bosques debe realizarse
sosteniblemente, conociendo sus límites para cuidar de no
traspasarlos, balo pena de abocar a situaciones irreversibles y de
colapso.
Pero el bosque es mucho más. Es historia, paisaje, cultura, fuente
de saberes, refranes, cuentos y canciones populares. Y es en el
paisaje, al que los bosques contribuyen de forma tan decisiva,
donde se hallan los referentes de muchos pueblos y personas,
configurando tradiciones, actividades y carácter. Y es también
economía, porque desde sus inicios los seres humanos no sólo han
vivido en él, sino de él, ya que el bosque ofrece abrigo y
recursos para nuestras necesidades. Afortunadamente, pasó ya el
tiempo en el que imbuidos por un exceso de proteccionismo,
desgajamos a los seres humanos de su medio bajo la sospecha de
contaminarlo, alejando poblaciones que, en muchos casos, habían
vivido en el bosque y de él, constituyéndose, por ello, en sus
principales defensores. Hoy sabemos que la mejor estrategia para
la conservación de los ecosistemas no se hace sin la gente, sino
con ella, especialmente cuando sabemos que hombre y medio
comparten un destino común.
El hecho de que a gran parte de los pinares castellanos no
les afecte tanto la plaga estival de los incendios, se debe a que
muchos pueblos viven sosteniblemente de ellos, siendo así los
primeros interesados en su conservación. La dehesa es un excelente
ejemplo de convivencia, en donde el bosque mediterráneo se ha
clareado para albergar actividades humanas. E, incluso, en áreas
tan emblemáticas como la Amazonia, gremios como los seringueiros
extraen sosteniblemente el caucho de sus árboles, lo que
constituye su forma de vida y les implica en su protección frente
a la codicia de ganaderos, terratenientes y mineros, lo que
condujo a la muerte de uno de sus principales líderes, Chico
Mendes, y otros que continuaron su camino.
El bosque es lugar de encuentro, de paz, de equilibrio, que
buscamos instintivamente para alejarnos de la artificialidad de lo
urbano. En las ciudades salimos al encuentro de los parques, como
pequeños oasis, que durante algunas horas cambian nuestra
percepción. Y en su compañía nos sentimos más armoniosos, parece
como si la renovación del aire se extendiera también a nuestros
espíritus. Para pasear, encontrarnos, reflexionar, descansar…, no
solemos escoger entornos áridos y ruidosos, sino que nos
orientamos hacia los referentes naturales, donde la compañía
silenciosa del amigo permanente, que es el árbol, ofrece sustento
y consuelo para nuestras vidas.
Y para quien quiera observar con más detenimiento, el
bosque es color, plasticidad y belleza, como los artistas de todas
las épocas nos han recordado. Cuántos poetas los han cantado a lo
largo de los siglos, aunque los más recordados, por su proximidad,
sean los de la generación del 98 y del 27, como Antonio Machado,
Juan Ramón Jiménez, García Lorca o Luis Cernuda. Hasta un
ilustrado como Jovellanos, quedó también en su momento cautivado
por lo que recibía de la naturaleza:
“Gran calor, descanso a orillas de un arroyo abundantísimo que
baja de lo alto para entrar en el río por su izquierda. Es sitio
delicioso a la margen de las sonoras aguas y a la sombra de un
hermoso avellano. ¡Oh naturaleza! ¡Qué desdichados son los que no
pueden disfrutarte en estas augustísimas escenas, en donde
despliegas tan magníficamente tus bellezas y ostentas toda tu
majestad!”
Los pintores (Cole, Patinir, Tunner) han encontrado en la
naturaleza reiterado motivo de inspiración; también los músicos
(Wagner, Smethana, Rossini), e incluso el cine (El bosque animado,
En el corazón del bosque) lo han tenido como referencia para
alguna de sus obras. Y algo que encierra tanto valor tenía que ser
incorporado por los verdaderos educadores para añadirlo a sus
programas formativos, no como una actividad más, sino como eje
central, pues la naturaleza es maestra (más que los libros, se ha
dicho), por lo que el educador sensibilizado encuentra en ella al
mejor soporte para el desarrollo integral de la persona.
El mejor de nuestros pedagogos, Francisco Giner de los Ríos, de
quien Antonio Machado dijo que había formado tantos maestros como
discípulos tuvo, la consideró desde el primer momento y en su
ensayo Paisaje, escrito en 1916, decía:
“El goce que sentimos al hallarnos en
medio del campo, al aire libre, verdaderamente libre (que no lo es
nunca el de las ciudades); se advierte que este goce no es sólo de
la vista sino que toman parte en él todos nuestros sentidos. La
temperatura del ambiente, la presión del aura primaveral sobre el
rostro, el olor de las plantas y flores, los sonidos del agua, las
hojas y los pájaros.”
Obsérvese cómo describe la influencia de la naturaleza en la
educación de los sentidos, imprescindible para la educación
integral. Es curiosos que un poeta romántico, como William
Wordsworth haya realizado la misma observación:
“Soy el amante de los bosques, praderas y
montañas, dichoso de reconocer en la Naturaleza y en el
lenguaje de los sentidos el sustento de mis pensamientos más
puros, la nodriza, el guía, el guardián de mi corazón y de mi
alma”.
No sorprende, por tanto, que en los estatutos de la
Institución Libre de Enseñanza, una de las principales
realizaciones de Giner, se recojan párrafos como éste:
“Agreguemos el bienhechor influjo de las
largas marchas por el campo, la ascensión a las montañas, la
fatiga corporal, la frecuente variedad de nuevos espectáculos, el
alpinismo en suma, que bajo todas sus formas ejercen no sólo
en la salud física, sino tanto y más todavía en la educación del
espíritu y en el carácter moral del individuo”.
Pero no sólo fue Giner. También Ferrer y Guardia, y otros
muchos pedagogos europeos, abundaron en esta dirección de
educación en la percepción, la contemplación, el esfuerzo…,
valores fundamentales para la vida y para el desarrollo personal.
Y todavía puede darse un paso más, cuando tras la belleza y el
asombro aparece la pregunta. Los místicos han visto en ello el
rastro del Creador, al que sólo puede conocerse por la estela que
deja en sus criaturas.. Así, Juan de la Cruz, en su Cántico
Espiritual escribe:
Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura
Y yéndolos mirando
Con sola su figura
Vestidos los dejó con su hermosura.
La naturaleza, pues, como misterio, paso, reflejo, para
quien quiera atreverse a buscar la unidad, que nos hermana más de
lo que imaginamos, al compartir el mismo aliento vital y hacernos
mutuamente dependientes. No estamos solos, nuestra familia no
termina en la humana, somos parte de esta corriente de vida que
nos conecta con todos y con Todo, y que sólo cuando nos separamos
y miramos lo otro como ajeno, extraño, indiferente, comienza
nuestro sufrimiento.
La naturaleza enseña valores, sí, y entre ellos no es menos
el de la humildad. Sin bosques, y sin la red de diversidad que se
articula a su alrededor, sencillamente, no habría vida, lo que
debe recordarnos que todas las especies son necesarias y que cada
una de ellas es un milagro evolutivo y un patrimonio genético
irrepetible, lo que debe llevarnos al respeto y la protección de
todas, especialmente de las más vulnerables.
Los bosques llevan sobre la Tierra mucho más tiempo que
nosotros. En alguna medida, nos prepararon el camino,
conduciéndonos al contexto de biodiversidad que hoy conocemos.
Dañarlos es una insensatez que termina repercutiendo en nosotros
mismos. Nuestro modelos de desarrollo debe compatibilizar el de
todas las especies, no hay otra manera inteligente de encarar el
futuro, aunque la buena noticias es que aún estamos a tiempo, y
según cómo intervengamos nos aproximaremos a un escenario de
equilibrio o a otro de empobrecimiento y destrucción. Actuar es
necesario, en lo personal y lo político, para encaminarnos hacia
el más deseable, y en ello la educación (ambiental o, simplemente,
educación) y el compromiso son dos de las vías más eficaces.
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