LAS ÚLTIMAS CANGREJERAS
Tan amenazadas como el lince, han encontrado en Motril un hábitat
donde vivir varios meses al año
Aún quedan ejemplares de la pequeña garza rosa en la Charca de
Suárez, convertida en uno de los pocos reductos donde puede
observarse
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE
Permanece inmóvil entre las aneas al borde de la laguna. Intenta
pasar desapercibida mientras otea la superficie del agua. En un
instante salta sobre la vegetación acuática y hunde su afilado
pico entre las algas. Es una garcilla cangrejera, la más pequeña
de las garzas, que acaba de conseguir un exquisito manjar: una
rana de considerable tamaño que no había detectado la presencia de
un depredador implacable que cuando ya ha empezado el otoño
necesita grandes dosis de energía para su viaje anual a
territorios más cálidos, a tierras africanas, más allá del Sáhara.
Desde que terminó la primavera, ha permanecido en la costa de
Granada, en el humedal de la Charca de Suárez, un espacio que se
ha convertido en uno de los muy escasos reductos donde esta
especie, Ardeola ralloides, encuentra las condiciones de alimento
y tranquilidad para vivir una parte del año. Son las últimas
cangrejeras que se marchan tras permanecer cuatro meses en
Granada, pero que volverán el año próximo.
La garcilla cangrejera, a la que también se conoce como garza
rosada, es un ave incluida en el catálogo de especies amenazadas
de Andalucía, que la considera en “peligro crítico de extinción”,
la misma clasificación que posee el lince ibérico, el paso
anterior a convertirse en una especie extinta, pero sobre la
que existe una clara esperanza de recuperación, sobre todo después
de que se haya constatado como este verano la presencia de
ejemplares en el humedal de Motril se ha incrementado de forma
considerable, con concentraciones de hasta una decena de
individuos al mismo tiempo en alguna de las lagunas de aguas poco
profundas de la reserva natural granadina, una coincidencia que
los responsables de la Charca consideran como un síntoma de
crecimiento poblacional, no solo en los humedales del sur de
Granada sino que se extiende al resto de los hábitats del sureste
ibérico donde tradicionalmente se habían observado garcillas
cangrejeras, especialmente el salar de los Caños de Vera en
Almería y la Albufera de Valencia, ya que estas aves realizan
continuos desplazamientos entre humedales cercanos.
Hace solo 15 años esta especie se podría haber considerado
irrecuperable en Andalucía, ya que los censos indicaban que de las
450 parejas que había en el año 1991, se había pasado a solo 20
parejas al final del ciclo de sequía que terminó en 1995, unas
cifras poblacionales con las que los científicos aseguran que no
sería posible la pervivencia de la especie, pero la protección de
determinados enclaves, como el humedal motrileño, y el control de
la desecación de ramblas y riberas, lograron que, poco a poco, la
garcilla rosada, recuperase posiciones y que en sus migraciones de
primavera y otoño, estas aves no pasasen de largo sobre territorio
andaluz y encontrasen espacios donde vivir en épocas cálidas. Los
últimos censos indican que en la comunidad andaluza viven entre
280 y 300 parejas, una parte significativa de las que habitan en
la totalidad de la península Ibérica (entre 850 y 1.100 según los
datos del Catálogo Nacional de Vertebrados Amenazados.
Es una de las especies que se consideran como joyas de la
naturaleza por la escasez de individuos que forman sus
poblaciones, y por el hecho de que cada año, desde territorios tan
alejados de Europa como los países subsaharianos, e incluso del
sur del continente africano, son capaces de volar a la península
Ibérica e incrementar la biodiversidad que da valor a las tierras
del sur.

Un reclamo para ornitólogos
La presencia ya habitual de cangrejeras en la Charca de Suárez ha
generado la llegada de ornitólogos y aficionados que cada año
intentan observar y fotografiar las evoluciones de un ave que en
otros lugares de España y Europa es muy difícil de ver, sobre todo
porque por sus hábitos de comportamiento, con numerosos periodos
de tiempo inmóvil y perfectamente camuflada en las riberas, pasa
completamente desapercibida, y suele encontrarse a gran distancia
de los puntos de observación, mientras que en Motril es posible
verla a muy pocos metros de los observatorios, e incluso posada
sobre ramas y oteaderos.